domingo, 18 de mayo de 2014

DIBUJOS LOS NIBELUNGOS

-¿Puedes devolverme a mi amado Sigfrido?- dijo Krimilda-. Me temo que no puedes, asesino.Pero será la espada de Sigfrido la que te corte el cuello
Sigfrido, que estaba saciando su sed, sintió el filo que lo traspasaba.
Era algo nuevo:el dolor sin límites, el asombro
-¿Hacen falta más pruebas- dijo Krimilda-que este anillo que re perteneció?
Me lo trajo mi marido después de estar en tu alcoba

DIBUJOS REY ARTURO

MERLÍN
¡Toma esa espada!, ¡Es tuya!, ¡Te espera desde el inicio de los tiempos y es para ti, para que lleves este reino a su máxima gloria!
En aquella primera reunión, Arturo ordenó las reglas que debían mantener los caballeros...

DIBUJOS DE EL CID

-¡Oh Campeador, que en buena hora ceñiste espada, perdónanos! No podemos  auxiliarte
EL CID CAMPEADOR 

CUADRO LOS NIBELUNGOS



CUADRO REY ARTURO



Uther Pedragon se casó con Igraine y de esa unión nació Arturo, quien luego se casó con Ginebra.
anteriormente, Igraine estaba casada con el Duque de Cornualles  con el cual tuvo a Morcades y Morgana. Esta última se casó con Uris

CUADRO DE EL CID CAMPEADOR


                     
 
 
De la unión de Rodrigo Díaz de Vivar y Doña Jimena, nacieron sus dos hijas Sol y Elvira, quienes se casaron con los Infantes de Carrión  y luego se casaron con los Infantes de Navarra y Aragón.

Películas de El Cantar de los Nibelungos

                                               Películas: el cantar de los Nibelungos

es un conjunto de 2 películas, dirigidas por: Fritz Lang en 1924. La seríe se divide en :

  • Los Nibelungos: la muerte de Sigfrido
  • Los Nibelungos: la venganza de Krimilda
Ambas fueron escritas por: Lang y su esposa Thea von Harbou.
Esta película es una adaptación de una seríe de leyendas Alemanas sobre unas criaturas que habitan la niebla llamadas nibelungos.
Dirección: Fritz Lang
Producción: Erich Pommer
Guión: Fritz Lang
Fotografía: Günther Rittau y Carl Hoffman

Los Nibelungos: la muerte de Sigfrido:


protagonistas:
Paul Ritcher
Margarete Schoen
Hanna Ralph
Bernhard Goetzke
Theodor Loos
El país de grabación fue Alemania, La película se estreno en 1924, dura 143 min y su Género es :Épica


Los Nibelungos: la venganza de Krimilda


protagonistas:
Margarete Schoen
Rudolf Rittner
Hans Adalbert von Schlettow
Georg August Koch
Esta película también fue grabada en Alemania, en 1924, dura 143 min y su Género es Épica



                                                         EL REINO DEL ANILLO
Es una película de fantasía y mini-serie de la mitología nórdica llamada Saga Volsunga y en el poema épico Cantar de los Nibelungos
Dirección: Uli Edel
Producción: Rola Bauer, Andreas Schmid y Konstantin Thoeren
Guion: Diane Duane, Peter Morwood y Uli Edel
Música: Ilan Eshkeri
Montaje: Roberto Silvi
Protagonistas:
Benno Fürmann
Alicia Witt
Kristanna Loken
Julian Sands
Samuel West
Robert Pattison
Max von Sydow

El país en el que se grabo fue Alemania en el 2004, dura 162 min esta grabada en ingles y alemán y su Género es Cine fantástico .
ENLACE A LA PELÍCULA COMPLETA EN ESPAÑOL:
https://www.youtube.com/watch?v=Kad9bStrBoQ




EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS

El cantar de los nibelungos:

El amor por Krimilda, la princesa de Burgundia: 

  Sigfrido era un joven y apuesto príncipe reconocido por sus victimas guerreras en el mundo de las tribus germánicas y famosas por haber sometido a vasallaje al país de los nibelungos.
Él decide partir hacia Worms. Sigfrido, el príncipe de las tierras bajas, se puso al servicio de los reyes y fue admitido en la corte como huésped. Dio muestras de sus virtudes guerreras y luchó sin descanso en defensa de los burgundios contra los ataques de daneses y sajones.
  Sigfrido debió pasar una prueba más difícil que la de las armas para obtener la mano de Krimilda.
  Para conquistar a la reina Brunilda, Gunther solicitó a Sigfrido ayuda militar y le prometió, a cambio, la mano de su  hermana, la princesa Krimilda.

La conquista de Brunilda, la reina de Islandia:
 
  Pronto estuvo preparada la armada de burgundia para partir hacia Islandia. Pero Sigfrido llevó consigo una capa mágica y un enano del país de los nibelungos. Ese manto le permitiría hacerse invisible y protegerse de cualquier ataque.
  Sigfrido le presentó al rey Gunther, y este dio a conocer sus intenciones matrimoniales. Brunilda propuso un reto: los caballeros debían en una serie de pruebas (lanzar jabalina, arrojar una enorme piedra y alcanzarla de un salto). Si Gunther fallaba en alguna, perdería la vida; si ella fallaba, sería su esposa.
  Con la ayuda de Sigfrido, ocultó tras la capa, Gunther la venció. Tristemente, Brunilda asumió su derrota y ordenó a sus vasallos que acepteran a Gunther como amo.

Una boda real doble:

  En una noche Brunilda rechazó a Gunther con violencia. Gunther confió a Sigfrido sus penas y este intervino nuevamente en su ayuda. Envuelto en su capa, apagó las antorchas y, haciéndose pasar por el rey, se enfrentó a Brunilda y la venció. Luego, en las sombras, Gunther tomó su lugar y el matrimonio se consumó.
  Sigfrido decidió regresar con su esposa y sus caballeros a Neerlendia. El rey Sigmund, su padre, los recibió con grandes festejos y le entregó el poder a su hijo. Al tiempo, su esposa Krimilda dio a luz un hijo a quien llamaron Gunther, en honor al rey de los burgundios. Entre tanto, en Worms, Brunilda también dio a luz a un varón al que se le dio el nombre de Sigfrido, en homenaje al valiente y buen caballero.
  Años después Gunther invitó a Sufrido a participar, en la corte de Worms, en un torneo.

1. Amanecer en Worms:

  Sigfrido y su familia llegan a Worms. Sigfrido describe el lugar cuando vio que un vaso de piedra flotaba, sostenido por una mano espectral. La voz le dijo que beba. El sabor del agua endulzada con miel apaciguó sus espasmos. Finalmente, hizo un buche y escupió. La voz protesto. Luego probó de nuevo el elixir. Sigfrido se preguntaba quien era el que hablaba. La voz dijo que no era más que un viajero. Algo brilló en los ojos del viejo. La voz se pregunto si el invencible Sigfrido había llegado a Worms. Sigfrido se quitó la capa mágica que lo volvía invisible; pero el viejo no hizo gesto de sorpresa ni de admiración por el guerrero rubio, ni por su espada envainada. Él se seguía preguntando quien era el la voz. La voz explicó que era solo un viejo, un viejo en un pueblo de guerreros que mueren jóvenes no tiene lugar, prefería vivir sobre el agua a pisar el suelo, esa tierra estaba infectada de malos augurios, para finalizar la voz le aconsejó que cuidara su espalda y la de sus amigos. Sigfrido lo saludó y se envolvió nuevamente en la capa.





2. Las reinas se pelean:

 Gunther envió un mensajero a Neerlandia para invitar a los flamantes reyes. Hunlot, el mayordomo grito: “¡Sol de Worms, el mejor del mundo!”. Y luego hizo sonar la trompeta para iniciar el torneo de armas.
  El varón Hagen, el jefe del ejército burgundio, el primer caballero del rey Gunther, disfrutaba la humillación del rival, protegido tras la mascara del yelmo. El mismo Sigfrido no participó en los primeros lances.  Al fin decidió empezar en la mitad del campo. En poco tiempo, había desmontado a docenas  de oponentes, con gracia y sin esfuerzo. Ofrecía su mano a los caídos y nunca se permitía una sonrisa de burla. Krimilda estaba orgullosa de Sigfrido.
  Solo quedaron Sigfrido y Hagen en el campo. Hagen era alto y fuerte; Sigfrido era alto y invulnerable. Hagen era astuto y persuasivo; Sigfrido era confiado y bueno. Hagen sangraba de cada herida, a Sigfrido no se lo podía herir. Hagen era humano; Sigfrido era más que humano.
  Hubo una pelea entre Brunilda y Krimilda. Así se instaló entre las dos mujeres un odio profundo.
  Krimilda dio precisas instrucciones a sus doncellas: debían lucir los mejores vestidos y las joyas más preciosas. Se esparció el rumor de la pelea entre las reinas. Hubo otra pelea pública y luego de la misa Krimilda le mostró a Brunilda el anillo de oro y el cinturón de piedras preciosas que era de Brunilda. Entonces la reina le dijo a Gunther que Krimilda tenía su anillo y el cinturón, y que lo ponía como prueba de que había sido poseída por Sigfrido.
  Gunther se acercó a uno de sus hombres: le ordenó que fuera por Sigfrido, quien se presentó de inmediato. Cuando se le expuso detalladamente todo, se apresuró a desmentir las palabras de Krimilda. Pero bien pronto comprendió que la situación era muy delicada. Era cierto que el anillo y el cinturón los había tomado él, pero en circunstancias diferentes. Sucedía que ya casado Gunther y Brunilda, esta se negaba a consumar el amor. Cuando el rey insistió, Brunilda terminó por colgar al rey de un gancho, en la viga del techo, luego de atarle manos y pies con un cinto. Al día siguiente, quebrantado por la humillación, Gunther rogó a Sigfrido que se presentar en la alcoba envuelto en su capa mágica y lo asistiera para vencer la voluntad indómita de su mujer. Sigfrido, invisible, apagó las llamas de las velas; y el cuarto quedo a oscuras. Se acercó a Brunilda, fingiendo ser Gunther; y esta le dio una feroz patada que lo arrojó fuera del lecho; luego lo buscó en la oscuridad para maniatarlo y colgarlo del gancho. Gunther podía oír, nervioso el estruendo de la pelea. Finalmente, escuchó como ambos caían en el lecho y los suspiros de Brunilda. L reina, entre sombras y agitaciones se rindió ante aquel hombre tan fuerte. Sigfrido, con la excusa de desvestirse, dejo la alcoba; y Gunther ocupó su lugar. Y así fue como consumieron el lecho y Brunilda perdió su extraordinaria fuerza. En la conmoción de la pelea, Sigfrido se había llevado un anillo y el cinturón de Brunilda.
  Apenado, ofreció disculpas al rey y que si su esposa había dicho lo que decía Gunther, debería lamentarlo. Ofreció su juramento ante el para probar que decía la verdad. Gunther lo declararía inocente si hacía el juramento. Sigfrido extendió su mano, y Gunther eximió el juramento.
  Aunque el insulto parecía resuelto, muchos quedaron disconformes. A Brunilda, el odio la dominó por entero; y se retiró a su alcoba sin dejar de llorar. Por días no habló. Hagen se acercó y le preguntó cómo podía calmar su dolor. La reina le dijo que mate a Sigfrido sin piedad.

3. Intrigas en la corte:
 
  Hagen nunca se vio tan deseoso de cumplir una orden. Matar a Sigfrido. Pero, como iba a vencer a un hombre invencible. No, no se podía pensar en una lucha frontal. Había que engañarlo, alejarlo de la corte y luego, quizás…
  Hagen convenció a Gunther para que matara a Sigfrido. Hagen preparó una hábil trampa. Falsos mensajeros anunciaron que los reyes sajones y daneses, los hermanos Liudeger y Liudegast, una vez más, habían declarado la guerra a Gunther. Enterado Sigfrido, no dudó en ponerse a la cabeza para rechazar a los invasores. Krimilda se opuso con firmeza. Estaba segura de que la desición de su marido en el combate, esta vez, se duplicaría para demostrarles a los burgundios que él seguía siendo un leal amigo.
  Krimilda le pidió a Hagen que proteja a Sigfrido. Hagen fingiendo dijo que quería protegerlo, pero necesitaba que le dijera cómo hacerlo. Finalmente, ella le confió el secreto, cuando Sigfrido mató al dragón y se baño con su sangre, su piel se volvió dura como coraza, invulnerable a cualquier filo. Sin embargo, una hoja de tilo pegada a la piel impidió que una pequeña zona de la espalda se mojara, por allí Sigfrido podía ser herido y muerto. Hagen le pidió que le marcara esa zona en la vestimenta del héroe; y Krimilda, ingenuamente, le mostró varias camisas, todas ellas tenían bordada una cruz que señalaba la zona donde podía penetrar la espada. Hagen dijo que lo protegerá y partió de inmediato a ver Gunther.

4. La muerte de Sigfrido:

  Los misteriosos mensajeros que habían declarado la guerra a Burgundia se habían retractado. Sigfrido sintió una desilusión. Pero visto que todo había sido una falsa alarma, decidió que ya era hora de regresar a Xanten. Krimilda le pidió que suspendiera la cacería de despedida y partieran de inmediato a su hogar, pero que no sea demasiado temprano, había soñado que una montaña se derrumbaba. Sigfrido aceptó, tomó la correa de la aljaba llena de flechas, se la calzó al hombro, le dio un beso y partió. Lo esperaban el rey Gunther, Hagen y los caballeros más distinguidos. El rey sintió sintió mucha pena.
  Cruzaron el puente levadizo, el sendero limpio y despejado de acceso al castillo real hasta alcanzar los límites del bosque. Sigfrido mató al jabalí más grande. Hagen mató al más chiquito. Los animales muertos se acumulaban por docenas. Sigfrido vio un enorme oso, Con un pequeño cuchillo corrió al animal. Sus piernas veloces no tardaron en alcanzarlo. El oso, al verse acorralado, lo enfrentó. Sigfrido lo hirió, y luego clavó el puñal en la cabeza del oso. El animal cayó pesadamente encima de su cuerpo. Sigfrido empujó el cuerpo muerto de la bestia.
  Hagen había tomado la precaución de pedirles a los cocineros que pusieran mucha sal a la carne de jabalí. Hagen propuso que hagan una carrera hasta la fuente de agua. A Sigfrido le encantaba competir, y el desafío lo estimuló. Aunque les suplicó que todos aceptaran una pequeña ventaja: él aceptaba que ellos corrieran en camisa, sin el peso de los elementos de caza, en cambio el correría con la aljaba, la jabalina y el escudo. La carrera comenzó, Sigfrido llegó a la fuente mucho antes que el resto. Tuvo tiempo para dejar la espada y el arco sobre la hierba, apoyó la jabalina en las ramas de un tilo y, con la virtud de un súbdito leal, aguardó a que el rey Gunther llegara. En cuanto Sigfrido se arrodilló sobre la fuente, Hagen lanzó lo más lejos que pudo el arco y la aljaba con las flechas. Luego tomó la jabalina que reposaba en el tilo, apuntó a la cruz que le había señalado inocentemente Krimilda y le traspasó la espalda con tanta fuerza  que la punta partió el corazón del héroe. Sigfrido sintió el filo que lo traspasaba. Se dio vuelta y vio a Hagen correr desesperado. Busco inútilmente el arco, la espada, pero no encontró más arma que el escudo. Con todas sus fuerzas, lo lanzó hacia el asustado asesino, y Hagen cayó sobre la hierba. Sigfrido intentó caminar hasta el traidor, pero su cuerpo ya no le respondía.  El mismo Gunther se lamentó en voz alta; pero Sigfrido  aún encontró fuerzas para ordenarle que no llore si cobijó al traidor, si lamentaba que su hijo llevará por siempre la desgracia de ser pariente de los innobles. Hagen se atrevió a decir que estaba orgulloso de haber puesto fin a sus días. Sigfrido le aseguro a Hagen que no saldrá bien parado, y a Gunther, si de verdad aún conservaba un resto de lealtad, le pidió cuidara de Krimilda. Gunther juró a Sigfrido que así lo haría. Sigfrido se dejó morir. Todos menos Hagen estaban arrepentidos.
  La noche anterior, con premeditada crueldad, Hagen había hecho dejar el cuerpo del héroe ante la alcoba. Dominado por el odio, quería provocar el mayor dolor en Krimilda.                                                      
  Krimilda dijo que Brunilda lo quiso muerto y Hagen lo mató. Sigmund, quería inmediata venganza. Aún quebrada por el dolor, la viuda podía pensar que no podían vengar ahora a Sigfrido. Todos defenderán al asesino. Habría que esperar, ellos no saldrán bien parados de esto. Gunther ordenó un ceremonial fastuoso para despedir al cadáver. Krimilda quiso abrirlo para verlo por última vez. Hagen con un gesto de falso dolor, se acerco a lamentarse. Entonces vio a Krimilda que las heridas de Sigfrido volvían a sangrar. Krimilda estaba muy enojada. Gunther intervino para calmarla, mintiéndole, le habló de cómo Sigfrido cabalgaba y fue víctima de una cruel emboscada, Luego le prometió buscar a los culpables, Krimilda se fue y no habló más con el.
  Después del entierro, Sigmund resolvió regresar a su país, el debía volver a mandar sobre Neerlendia. Le rogó a Krimilda que lo acompañara. Krimilda renunció a su hijo, porque no quería  renunciara su odio. Prefería que el pequeño Gunther (que estaba arrepentida de haberle puesto ese nombre) creciera en Xanten, lejos de su resentido corazón. Brunilda se enteró de su decisión y hubo una discusión muy breve. Esa fue la última vez que se hablaron.


5. El tesoro de los nibelungos:

  Pasaron cuatro años, y la reina Krimilda seguía de su luto. No había día e que no dejara un ramo en la tumba de Sigfrido; y de allí se iba a la catedral, donde pasaba horas rezando por la intimidad del héroe.
  Hagen no dejaba de pesar en el tesoro, oculto en las remotas montañas del país de los nibelungos.
  Un día Gunther se acercó a la casa de Krimilda, si aviso. Quería pedirle perdón, besarla con todo su amor de hermano. Pero cuando ambos estuvieron frente a frente, el rey pidió el habla y comenzó a llorar si control. Para Krimilda, fue demasiado que el rey se arrodillara descompuesto de pena. Krimilda lo perdonó, pero le pidió que le prometa que nunca más le haría otro daño. El rey aceptó.
  Al día siguiente Hagen se enteró de lo sucedido y volvió a la carga con su cantinela. Gernot y Giselher, siempre bien intencionados, fueron a convencer a Krimilda para acarrear el oro por el Rin hasta Worms. Krimilda aceptó quedarse, o deseaba alejarse de la tumba de Sigfrido. Ante la codiciosa alegría de Hagen y la indeferencia del rey Gunther, dos barcos zarparon Rin abajo, con muchos caballeros armados con espadas y lanzas, al mando de Gernot y de Giselher, los dos reyes menores. Al segundo día de navegación llegaron a un desfiladero estrecho, cubierto por una niebla pegajosa. Luego llegaron a las orillas donde Sigfrido se bañó e la sangre del dragón.
  Con el paso de los días, el Rin se convirtió en mar, se expandió en todas las direcciones, oleajes encrespados removían las aguas. Sin alejarse de la orilla, encontraron el país de los nibelungos. No bien pisaron la playa, debieron cubrirse con los escudos: una salva de fechas los recibió. Un enano se preguntaba quienes eran. Giselher dijo que eran emisarios de la reina Krimilda, la viuda de Sigfrido. El enano se esfumó entre las piedras. Luego se presentó Alberich. De repente el cielo se cubrió de nubes negras, de rayos y relámpagos; inesperados remolinos. El enano sonrió. Giselher se presentó y fue directo: la viuda quería el oro. Alberich  no podía oponerse a los deseos de Krimilda, pues ella era la heredera del tesoro. Pero Alberich les advirtió que el que abra la cámara del tesoro y lo lleve también de aquí se levará también la maldición. Sin más, tomó las llaves y abrió la cámara e la montaña hueca: allí se encontraron con una cantidad inmensa de riqueza. Luego la rabia de Alberich se calmó al comprobar que no iban a cargar la totalidad del tesoro. Se despidieron. Los enanos y Alberich cataron.
  Cuando el tesoro llegó a manos de Krimilda, ella decidió no tocar nada de él. Comenzó a regalarlo a ricos y pobres. Muchos caballeros se pusieron a su mando, atraídos por tanta generosidad y, por último, un ejército estaba sujeto a su voluntad. Hagen le contó sus temores a Gunther: advirtió que si aquella riqueza quedaba e manos de la viuda, tarde o temprano lograría demasiado poder. Y quién sabe entonces si no despertaba e ella el sueño de la venganza.
  Hagen aprovechó una cabalgata de Krimilda e los bosques vecinos, tomó las llaves de la cámara y se apropió del tesoro. Luego lo echó al Rin, en un lugar secreto. Hagen pensaba rescatarlo más adelante, pero no tuvo ninguna posibilidad de hacerlo. Cuando Krimilda supo de la nueva traición de Hagen, sus hermanos se alteraron. Pero pasaron los días, y Hagen fue perdonado una vez más. Ahora sí que Krimilda hizo un pacto con la venganza: tarde o temprano iba a cortaría la cabeza de Hagen.

6. La reina de los hunos:    

  Pasaron muchos años y, un día, ocurrió algo extraordinario. Rüedeger el noble y valiente margrave, rey de los hunos, había llegado a Worms. Pronto, u mensajero pidió una audiencia con el rey, en nombre del margrave. Rüedeger informó que la reina Helche (su esposa), había fallecido. Rüedeger le pidió la mano de Krimilda a Gunther. Gunther autorizó a sus hermanos que informaran a Krimilda de la petición, pero esta rechazó de plano el ofrecimiento. Rüedeger trataba de convencerla siempre con respeto. No era poco lo que le ofrecía: mando sobre doce reinos, treinta principados, señora de muchos caballeros que habían sido vasallos de Helche, y de príncipes y nobles, el mismo poder supremo sobre todos os súbditos del que gozaba Helche y gobernar a la par de Atila.
  Con bellos modales Krimilda se rehusaba. El margrave pidió hablar con Krimilda e privado. Rüedeger la halagó, le ofreció muchas cosas y alzando la mano, sello Rüedeger el juramento.Pensando      
En que Hagen la había despojado de sus bienes, y reviviendo su antigua sed venganza, Krimilda pensó al fin en la conveniencia de tener como esposo al rey Atila.
  Al cabo, salieron los heraldos hacía el país de los hunos para adelantar la buena nueva. Desde que Krimilda aceptó, el margrave Rüedeger la tomó bajo su protección. Un gran séquito acompaño a Krimilda, cien doncellas estarían a su servicio. En bellas sillas de montar y con los mejores arreos, partieron a caballo.No olvidó Krimilda dejar una última ofrenda a Sigfrido,pues no vería más su tumba

7. Casamiento en Viena:

  Dejaron atrás el Rin y bajaron por el Danubio hasta la ciudad bávara de Passau. No faltaba nadie en su boda. Los festejos duraron diecisiete días. Pronto se ganó Krimilda el afecto y la sumisión de los parientes del rey y de sus hombres más prominentes. Luego de un tiempo, nació Ortlieb, el hijo de ambos. Todos la amaban y carecía de enemigos.
  La cámara del tesoro estaba a cargo de Eckewart, el fiel caballero que lo asistía en todo.
  Un día pensó que como era tan poderosa y tenía tantas riquezas, ahora sí le podía causar daño a Hagen.
  Pasaron varios años. Una noche, mientras descansaba entre los brazos de Atila, Krimilda le dijo que extrañaba a sus hermanos. Atila alistó de inmediato a dos mensajeros para ir a Worms. Hagen se opuso enérgicamente en el viaje. Dijo que era una trampa, una venganza. Luego aceptó viajar, pero  recomendó ir con muchos guerreros.

8. Del Rin al Danubio:   

  Doce días de marcha, y la comitiva llegó al Danubio. Gunther le ordenó a Hagen que buscará un cruce menos peligroso. Tomó su escudo y el yelmo, y comenzó a caminar en la orilla. Río arriba y río abajo buscó a los barqueros. Luego vio a dos ninfas bañándose desnudas. Viendo su ropa mano, las tomó. Las ninfas se asustaron, pero no podían huir desnudas. La menos tímida se llamaba Hadebuc, le advirtió que si le devolvían la ropa lo que le esperaba en el país de Atila. Hagen aceptó. Hadebuc le dijo que nadie sería mejor tratado ni con tan altos honores que el, su comitiva y su rey en la corte de los hunos. Hagen, feliz por las noticias, les dejó su ropa. Las ninfas se vistieron, y luego la segunda ninfa, Sigelint, le advirtió que habían sido invitados al país de Atila, y allí todos morirían excepto el capellán del rey. Luego la ninfa le dio explicaciones sobre como cruzar el rió. Se despidió. Llegó a la morada indicada y vio una barca atada a un sauce silvestre. Comenzó una discusión con el barquero que vivía en la morada. Terminaron cuando Hagen le cortó la cabeza.
  Hagen apareció ante Gunther, y remó durante todo el día. En el último viaje iba el capellán y, en un rápido movimiento, lo tiró al río y sostuvo su cabeza sumergida con el fin de ahogarlo, enfrente de todos. Como pudo el capellán se liberó y se salvó. Hagen les explicó a todos la profecía de las ninfas. Volker, uno de los más hábiles guerreros de Gunther, guiaba la comitiva. En una noche hubo un ataque del margrave Else y de su hermano Gelpfrat. Else al ver muerto a su hermano y a más de cien de sus hombres, huyó; mientras que Hagen solo perdió cuatro soldados.

9. El primer aviso:   

  Finalmente, llegaron a las fronteras del país de Atila. Eckewart se adelantó y avisó a Rüedeger de la llegada  de los nibelungos. En Linz, Rüedeger y su esposa Glotinda los agasajaron. Durante varios días cobijó a más de diez mil hombres, entre escuderos y caballeros. Giselher se casó con la hija del dueño de la casa. Luego Rüedeger decidió regalarle cosas a Gunther, Gernot, Hagen y a Volker. Luego partieron todos a la corte de Atila.

10. En la corte de Atila:

  El señor Dietrich, de Verona, se encontró con el rey Gunther y, muy discretamente, le dijo que había visto llorar a Krimilda por Sigfrido, les aconsejó gran cuidado y le advirtió que Atila no estaba al tanto de eso. De inmediato, fueron alojados a los caballeros por un lado; y sus escuderos, por otro.
  Llegaron los tres Burgundios y Hagen para saludar a Krimilda y Atila. Ella o respetó el protocolo y saludó con cariño a Giselher y a  Gernot, con un beso. Le dio una fría bienvenida a Gunther e ignoró a Hagen, lo que contrastó con un jovial a Atila. En su papel de anfitrión el rey huno, no mezquinó con gestos amistosos.
  Al cabo Krimilda se acercó a Hagen y le preguntó si había traído el tesoro que le había robado. Hagen le dijo que bastante tenía su escudo. Krimilda le ordenó que deje sus armas antes de entrar e la sala. Todos los Burgundios se negaron. Krimilda comprendió que alguien los había puesto sobre aviso y que sus planes se complicaban.
11. El comienzo de la masacre:

  Entrada la noche, Hagen y Volker e sentaron en un banco, frente al gran palacio real. No tardó e venir Krimilda con cuarenta hunos. Volker se levantó del asiento; pero Hagen no lo hizo. Krimilda se lo reprochó y, como respuesta, Hagen desenvaino la espada y se la mostró. Con furia, ella reconoció el arma de Sigfrido. La reina lo obligó a que diga que mató a Sigfrido y Hagen dijo que así pagó la ofensa que ella le había hecho a Brunilda.
  A la mañana siguiente se organizó un torneo. Hagen por accidente traspasó a un hombre de Atila con jabalina, al tropezar el caballo. Se armó un gran tumulto, y la vida de Hagen corrió peligro. El propio Atila se plantó y con firmeza, les aseguró que la muerte de su compañero fue un desgraciado accidente. En obediencia a su rey, los hunos apartaron sus espadas de Hagen, pero el episodio fue aprovechado por Krimilda. Luego de Atila el huno más poderoso era su hermano, el príncipe Bloedelin. Krimilda tuvo una larga conversación con el cuñado, lo convenció de que los burgundios estaban allí con malas intenciones. Finalmente sellaron el pacto. Le ofreció el fabuloso tesoro de los nibelungos y su eterno favor. Él aceptó.
  Dankwart estaba al cuidado de los escuderos y fue testigo del ataque sorpresivo. Los desprevenidos escuderos no pudieron repeler el ataque y fueron masacrados en su alojamiento, sin tiempo a nada. Dankwart logró escapar de la emboscada con tanta fortuna que mató al mismo Bloedelin, el hermano de Atila, y corrió hacía el palacio real.

12. El palacio incendiado:       


  Dankwart le avisó a Hagen de los escuderos muertos. (Atila no sabía nada de esto). Ciego de ira, Hagen tomó la copa de vio ante Atila y dijo que brindaran también por la muerte de ese niño. Señaló al pequeño hijo de Atila y de Krimilda y le cortó la cabeza con la espada. Una espantosa confusión se desató en la sala. Hunos y Burgundios chocaron espadas. Dietrich dijo que quería sacar de la sala al rey Atila, a Krimilda y a sus hombres; Rüedeger hizo lo mismo.                 

EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS SÍNTESIS

EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS  SÍNTESIS:
                                     Sigfrido era un valiente héroe  reconocido por sus victorias en las guerras. Decide partir hacia Worms en busca de la princesa Krimilda. Luego de un tiempo, se casaron y tuvieron un hijo. Pero la vida de Sigfrido corre peligro. ¿Podrá sobrevivir?

El Rey Arturo películas

El Rey Arturo 
La película fue estrenada en Estados Unidos el 28 de junio de 2004 por Touchstone pictures con el subtitulo la verdadera historia nunca antes contada que inspiro la leyenda 
Dirección: Antoine Fuqua
Producción: Jerry Bruckheimer
Guion: David Franzoni                                           
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Slawomir Idziak
Vestuario: Penny Rose
Protagonistas:
Clive Owen
Ioan Gruffudd
Mads Mikkelsen
 Joel Edgerton
Keira Knightley
Ray Winstone
Stephen Dillane
Stellan Skarsgard
Til Schweiger

duración:126
idioma: ingles
género: aventura/fantasia


                       

                                                       EL REY ARTURO PELÍCULA ANIMADA

Merlín el encantador en España o La espada en la piedra en Latinoameríca es una película estadounidense
de animación de 1963 dirigida por Wolfgang Reitherman y producida por Walt Disney Pictures. Es el decimoctavo largomatraje animado en la serie de Disney, y la ultima estrenada en la vida de Walt Disney, la película dura 79 min      
 El doblaje en español (1963) estuvo a cargo del mexicano Edmundo Santos. Este doblaje es usado y distribuido en todos los países de habla hispana
  • Dagoberto de Cervantes: Sir Héctor
  • Carlos Petrel: Caballero de la justa
  • Alberto Gavira: Merlín
  • Salvador Nájar: Arturo
  • Maruja Sen: Madam Mim
  • Luís Manuel Pelayo: Arquímides, narrador
  • Carmen Donna-Dío:Doncella
  • Francisco Colmenero: Kay
  • Jorge Lagunes: Voz cantante


Estuvo nominada para un Óscar por mejor banda sonora adaptada el cual no gano 

REY ARTURO SINTESIS

EL REY ARTURO
TEXTO:EL REY ARTURO
AÑO:(LIBRO SOBRE SU LEYENDA) 1136
AUTOR: GODOFREDO DE MONMOUTH
TEMA:FAMILIA/AVENTURA
SÍNTESIS:
LA HISTORIA RELATA LA VIDA DE UN JOVEN LLAMADO ARTURO QUE ACOMPAÑARA A SU HERMANO A LUCHAR PARA CONVERTIRSE EN REY, PERDERÁ LA ESPADA DE ESTE Y SE ENCONTRARA CON UNA ESPADA EN UNA PIEDRA LA CUAL TIENE UNA PROFECIA:
``EL QUE SAQUE LA ESPADA DE LA PIEDRA SERA EL NUEVO REY DE INGLATERRA´´
¿PODRÁ ARTURO SACAR LA ESPADA DE LA TIERRA?
¿SERA EL NUEVO REY DE INGLATERRA?

El REY ARTURO RESUMEN

  EL REY ARTURO RESUMEN



* Merlín estaba con Uther Pendragon, el rey de Bretaña esperando al dragón, el cual avisaría que Uther iba a tener un hijo que iba a ser el rey de los reyes, y la prosperidad de Bretaña. Merlín le dice a Uther de que se busque una esposa, ya que Merlín estaba preocupado de que el rey no deje descendencia. Para esto, Uther eligió a Igraine, esposa de Gorlois, duque de Cornualles. Gorlois se enfado, y se fue a vivir con Igraine a Tintagel. Uther conquista Tintagel, mata a Gorlois y se casa con Igraine, luego Uther tiene un hijo con Igraine llamado Arturo, el cual luego de un tratar entre Merlín y Uther, fue entregado a Sir Hector, para que Arturo no se crie como un rey. * Como Uther murió, no había rey y todo era un caos en Bretaña. Tenía que haber un rey que unifique y pacifique Bretaña. Al haber caos en Bretaña, los pueblos sajones (germanos) decidieron invadir Bretaña. Entonces, frente a la catedral, apareció una piedra con una espada, que había sido forjada por las hadas de Avalon. La piedra tenia un escrito que decía: “Aquel que pueda sacar la espada de la piedra, será proclamado rey de Bretaña”. Para esto participaron Kay, el medio hermano de Arturo, y muchísimos caballeros. Finalmente, Arturo logro sacar la Excalibour, ya que era su destino. Y fue proclamado rey, que ante esto, fue la envidia de casi todos los bretones, y de Hector y de Kay, principalmente. Merlín le conto la historia de la espada, y en el lago, Nimue, la dama del lago, le dio la vaina de la Excalibour. Con estas armas inmortales, empezó a matar a muchos rebeldes. Luego, Arturo se encontró con su mama biológica, Igraine, y con su hermana Morgana, que empezó a odiar a Arturo, ya que lo relacionaba con la muerte de su padre, Gorlois. * Arturo empezó a conquistar nuevos reinos y ciudades, pero siempre pacíficamente, ya que no los avergonzaba, y le ofrecia algo a los reinos derrotados, a cambio del bienestar en Bretaña. Y así fue como Arturo logro unificar y pacificar Bretaña. * Arturo, tras recibir la visita de un hombre en su castillo, va al reino de Monts, a matar al senescal negro, el mayordomo que mato a su amigo, el rey de Monts. Luego de varios hechos, mata al senescal negro, y libera a su hija y su esposa. Detrás del senescal negro, estaba la hechicera de Morgana, la cual era discipula de Merlin y le hacia la vida imposible a Arturo. * Arturo, quería conocer a Morgana, la hija de Leodogran, que luego le propuso matrimonio y se caso con ella. Arturo manda a sus fieles a construir Camelot, donde iba a construir un castillo, el cual iba a ser la fortaleza real. * El padre de Ginebra, para la boda, llevo a Camelot una mesa redonda. Merlin, al ver que los caballeros de Arturo, se aburrían ya que el reino de Arturo era pacifista. Entonces, Merlin decide poner a esos caballeros en la Mesa Redonda, cuyo objetivo era mejorar la seguridad del reino, mejorar la calidad de vida de los pobres y las mujeres, y que los caballeros cuenten sus hazañas guerreras. El significado de la mesa circular, es que se podían sumar más caballeros y la igualdad entre ellos, ya que si fuera una mesa rectangular, el más importante iría en la cabecera. Sillas peligrosas: Sir Galahad y Sir Pellinior * Sir Pellinior: Decidido, confiado e inteligente; Peleo contra un gigante en el valle sin retorno para salvar a la hija raptada de un hombree que apareció en Camelot. La niebla del Valle Sin Retorno simboliza las apariencias del lugar. Por eso, al luchar contra el gigante, cierra los ojos para no darse por vencido. * Ivain: Senible y valiente; Escucha el llanto de unas prisioneras de un castillo, y decidió luchar para liberarlas. * Lancelot: Muy hábil, buen caballero; Salvo a la princesa Nahaut de casarse a la fuerza con el rey Nothumberland; Fue amante de Ginebra; Se lo presento Nimue * En las 3 aventuras, aparecen damas prisioneras. * Cuando Lancelot, entro a la Mesa Redonda, unos perros y un ciervo entraron a Camelot, y mataron al ciervo, y con la sangre, mancho el vestido de Ginebra. Según Morgana, este hecho simbolizaba que no iba a haber más pureza en el matrimonio de ellos. * Morgana, convirtió a uno de sus criados en piedra. Al ver esto, Arturo reacciono hablando con Morgana, y le dijo al rey que si la humillaba, con sus poderes iba a cambiar el curso de su vida. * Arturo, es engañado cuando una nave lo lleva al castillo sin peligro, el cual estaba dominado por Morgana. Ahí, le tienden una trampa que consistió en un intercambio de espadas. Ahí casi muere, pero un rayo, enviado por Nimue, lo salva, y libero a los prisioneros del lugar. * Luego de este heroico hecho, Arturo se despide de Merlin, ya que no podía hacer nada con el magnífico reino de Arturo, y se enamoro de Nimue. Entonces, Merlin se fue a vivir al lago.

El Cid Campeador Películas

                                                          El Cid Campeador Películas
El Cid campeador película: película italoestadounidense de 1960, Dura 182 min y su Genero es historico
actores:
Charlton Heston : Rodrigo Diaz  de Vivar
Sofía Loren : Doña Jimena
Raf Vallone: Conde de Ordoñez
Geneviéve Page : Urraca
John Fraser: Rey Alfonso de león
Massimo Serato: Fañez Sobrino de Rodrigo
Frank Thring: Rey de Valencia
Michael Hordern: Don Diego padre de Rodrigo
 Andrew Cruickshank: Conde Gormaz
Douglas Wilmer: Rey de Zaragoza 
Gary Raymond: Príncipe/Rey Sancho
Ralph Trunam: Rey Fernando I, padre de Sancho, Alfonso, Urraca y Elvira
Esta película fue rodada en España, más específicamente en:
Ávila:(Ávila)
Ampudia:(Palencia)
Burgos
Calahorra:(La Rioja)
Belmonte:(Cuenca)
Madrid:Estudios Chamartín 
Manzanares el Real:(Madrid)
Peñíscola:(Castellón)
Toledo
Torrelobatón:(Valladolid)
Ripoll:(Gerona): en el monasterio
León
Colmenar Viejo(Madrid):en la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios
También se rodó en Roma y Reino Unido

La película tuvo tres candidaturas al Óscar

  • Por la dirección artística
  • por la mejor música
  • por la canción, El halcón y la paloma.

El CID CAMPEADOR

El Cid:La leyenda

Es otra de las reconocidas películas del cid,es una película animada Española estrenada el 19 de Diciembre de 2003, 
Dirigida por: José Pozo  
Dirección artística: Adría García y Víctor Maldonado
Producción: Julio Fernández
Guión: José Pozo 
Música: Óscar Araujo
Montaje: Félix Bueno
Protagonistas:
Manuel Fuentes: Rodrigo Díaz de Vivar
Sancho Gracia: Conde Gormaz
Carlos Latre: Conde Ordóñez
Loles León: Doña Urraca
Natalia Verbeke: Jimena
Esta película fue vendida a otros 20 países en los cuales no tuvo éxito
Gano el premio Goya en el 2004 para mejor película de animación





                                                                                                       

El Cid Campeador

El Cid Campeador
1.     La partida de Vivar:
Rodrigo Díaz de Vivar dio vuelta la cabeza para mirar su casa. Las puertas, abiertas; los postigos sin candados; vacías las perchas, sin pieles ni mantos; y las otras perchas donde solían posarse los halcones y azores, sin la visita de los grandes pájaros.                                            Junto a Rodrigo, un grupo de hombres montados. Como él, todos iban sobre el caballo tan a gusto como los villanos sobre sus piernas. Rodrigo no precisaba esconder ese llanto que bajaba por sus ojos, arrasándolos.                                                                                                        Él que partía hacia el destierro no era un joven inexperto. A su nombre, lo acompaña ya el apodo Cid Campeador que, como una medalla que se ostenta sobre el escudo, decía su valentía. “Cid”, del sidi, en árabe, “señor”; y Campeador, del romance, campodocto, “doctor” o ”señor de los campos de batalla”.                                                                                                             Su casa en Vivar quedaba a pocas lenguas de Burgos, en el reino de Castilla. Los reyes de los moros y de los cristianos, vivían en luchas constantes.                                                                  Junto al pecho, por debajo del jubón, Rodrigo Díaz de Vivar llevaba una carta dirigida a él, con la firma del rey Alfonso, su señor. El mensaje era escueto: una orden de destierro para él. La aclaración, terminante: tenía solo nueve días para abandonar por siempre las tierras de Castilla, cumplido el plazo, sería atacado por el ejército del rey. Nunca en innumerables batallas, Rodrigo, había sufrido una afrenta semejante. ¡Desterrado! El castigo destinado a los traidores. García Ordóñez, había prestado oídos el rey Alfonso al escribir, sin que le temblara el pulso, la carta que ordenaba el destierro de su mejor vasallo.                                                 Con la carta en la mano, Rodrigo reunió a sus parientes y vasallos. Les contó que el rey lo ordenaba abandonar las tierras de Castilla. Y aunque aquellos hombres le debían lealtad; a todos les preguntó para que hicieran según su deseo. Los que quisieran podían desterrarse con él, tras desamparar a sus mujeres e hijos; los que quisieran podían quedarse en sus tierras. Se distinguía por su porte Minaya Alvar Fáñez. Con vos clara, él dijo te seguiremos, aquellos setenta hombre como si fueran uno solo, no hemos de abandonarte mientras tengamos aliento.
2.    El Camino de los Recuerdos:
El Cid desovillo pacientemente los recuerdos, necesitaba repasarlos, encontrar aquellos hechos que le permitieron comprender la actitud del rey. Tuvo que remontarse a su adolescencia. Hijo de hidalgos, sin que sangre noble corriera por sus venas, Rodrigo se había criado en la corte del rey Fernando, padre de Alfonso. Sus dotes guerreras siempre lo habían destacado; tal vez por eso, Fernando lo había elegido como amigo de Sancho, su hijo mayor. ¡ Que valiosa amistad los había unido a Sancho y Rodrigo!                                                                                                Sancho y yo salíamos de caza y su hermano Alfonso se quedaba en el castillo. Pero aún Fernando vivía, cuando Sancho y Rodrigo salieron a batallar. El mismo rey Fernando lo había armado caballero de la batalla de Coímbra. Junto a Sancho, habían vencido al rey moro de Granada. El Cid recordó la batalla, y recordó el momento que había tomado prisionero al Conde García Ordóñez. Ahora García era consejero del rey Alfonso, pero entonces, por traidor, Rodrigo lo había injuriado arrancándole un mechón de sus  barbas. Los verdaderos problemas habían empezado a la muerte del rey. Eso era innegable. Don Fernando había repartido el reino entre sus cuatro hijos: a Sancho, Castilla; a Alfonso, León; a Elvira, La ciudad de Toro; y a Urraca, Zamora. Los hermanos no se contentaron con aquella división, todo quería Sancho, como lo mandaba la ley de entonces.                                                                                      Sancho y Alfonso se enfrentaron. Quien ganara se quedaría con los dos reinos. Eran tiempos de guerra, Rodrigo luchaba junto a su señor. El Cid recordó la batalla en la que gracias a su consejo, habían vencido a Alfonso. Algunos opinaron que no habían sido del todo justos, pues quebrantaron un pacto atacando el campamento por la madrugada. En la guerra no hay pactos, pensaba el Cid entonces y ahora. Seguramente allí nació el odio de Alfonso por él. Porque le quitaron la victoria de las manos, lo sacaron de la iglesia donde se había asilado y lo llevaron prisionero a Burgos. Alfonso supo que aquella derrota suya, era por méritos del Cid. Quizás fue aquel día en que comenzó a tramar su venganza.                                                                    Entonces vino doña Urraca, hermana de los reyes, e imploro la libertad de Alfonso. El Cid mismo aconsejó a Sancho que lo liberara. La condición era estricta: Alfonso debía dejar el reino y hacerse monje tras entrar en un monasterio. Con dos hermanos reyes, nunca acabaría la pelea. Alfonso había entrado en el monasterio, pero lo suyo no era la religión, y al poco tiempo, se escapó. Entonces se alió con el rey moro de Toledo.                                                               Mientras, Sancho estaba ocupado luchando en contra de sus hermanas. Ya era de León y Castilla. Pero tomó la ciudad de Toro y puso cerco a Zamora. La ciudad de su hermana Urraca resistía valientemente el cerco.                                                                                                 El cerco duraba más de lo pensado, Zamora no se rendía. Entonces, apareció el traidor: Alfonso Vellido. Se había escabullido de Zamora, lo trajeron los guardias hasta la tienda del rey. Resultó buen fabulador porque logró embaucarlo a todos, a Sancho y al Cid también. Ofrecía ayuda para vencer la muralla. El Cid desconfió de la condición que había puesto: debían ir al sitio bien de madrugada, él y Sancho y nadie más. Rodrigo dudó, pero Sancho dio la orden terminante de que nadie lo siguiera. Las órdenes de señor no pueden discutirlas los vasallos. Allá se fueron los dos, Sancho y Vellido, el traidor. A pesar de todo, Era tan fuerte el presentimiento de Rodrigo que los siguió. De lejos los vio y, cuando estuvo cerca, ya era tarde: Sancho caía, asesinado.                                                                                                              El reino de León corono a Alfonso. Con derecho, pues era su rey verdadero. Zamora quedo en manos de Urraca. Las cortes se reunieron en Burgos para discutirlo. La vos del Cid fue la más escuchada: “Debe gobernar Alfonso, pues él lleva la sangre del rey Fernando en las venas”. Nadie había querido a Sancho más que el Cid. Yo le tomaré el juramento, dijo el Cid, si él jura su inocencia, seremos sus vasallos. Frente al altar, estaba Alfonso y él. A su alrededor, lo mejor de la nobleza Leonesa y Castellana. El silencio los rodeaba, jamás volvió a sentir el Cid un silencio igual. Podía oír los latidos acelerados de Alfonso. Entonces el Cid le preguntó, haciéndolo jurar sobre los santos evangelios, si era cierta la sospecha de que por su consejo, fue muerto el rey Sancho. El rey Alfonso juró que no, pero apenas se oyeron sus palabras, Rodrigo no se sintió satisfecho. El Cid le preguntó lo mismo tres veces, y Alfonso juró su inocencia en Santa Gadea. Entonces fue proclamado rey, y el Cid besó su mano en señal de vasallaje.                                                                                                                                     “Lo que Alfonso no  ha entendido, pensaba Rodrigo mientras cabalgaba camino al destierro, es la clave de vasallo que soy yo. Pero se lo demostraré con acciones, si dios me da vida para recuperar mi honra”.
3.    Una ciudad desierta:
Setenta hombres de a caballo atravesaron la muralla de piedra de la ciudad de Burgos. Recorrieron a caballo sus callejuelas y las encontraron desiertas. Detrás de las ventanas de madera, hombres, mujeres y niños observaban el paso de los guerreros: las fuertes patas de los caballos, las lanzas con sus pendones, las espadas atadas a los cintos.                                  El Cid y sus hombres llegaron hasta la posada de la ciudad de Burgos, pero la encontraron cerrada. Un vasallo se apeó del caballo y llamó. Nadie le respondió, golpeo con mayor rudeza, pero no obtuvo respuesta. Palmeo las manos, dio voces, nada. El Cid, entonces, se acercó con su caballo y, tas sacar un pié del estribo, dio contra la puerta con toda su fuerza. La puerta chirrió, pero los remaches no se dieron. En ese momento, una chiquilla apareció corriendo, iba descalza, a pesar de la estatura de sus nueve años, se internó valientemente entre las patas de los caballos hasta quedar parada frente al  Cid. La niña alzó la cabeza para encontrar los ojos del más famoso guerrero de la cristiandad. Quizás no entendía los motivos de la guerra, pero en su mirada que hablaba miedo, también brillaba el coraje. Ella le dijo que no podían ayudarlo, porque si no dejaría al pueblo sin cobijo, comida, cebada para los caballos.                                Montados en sus caballos, los hombres del Cid también miraban a su jefe, esperando una oren. Un pesado silencio corría por el medio de la calle, como un escalofrío. Acamparemos a las orillas del río. Antes de abandonar el pueblo, cabalgó hasta la iglesia de Santa María y, de rodillas, hizo su oración. Entonces, sí, volvió a montar y, tras salir por la puerta de Santa María, atravesó la muralla de Burgos. Ya era de noche, cuando un hombre se acercó a las tiendas. Traía varias mulas cargadas de alimentos, viviendas y vino. Venía acompañado de guerreros montados a caballos, lanzas en la mano, espadas en el cinto. Los centinelas lo reconocieron, no en vano Martín Antolinez había logrado su fama luchando contra los moros. También el Cid lo reconoció. Si el rey se entera de que he venido a auxiliarte, me matará; contigo iré al destierro y, si logramos fama y recompensa, contigo recibiré el perdón del rey.                                      Lo breve del plazo no le había dado tiempo al Cid para hacerse de dinero. Tampoco podía pedirlo prestado: el rey había prohibido que le dieran auxilio: todas las casas cristianas en Burgos estaban cerradas para él. Por eso, Martín Antolinez le propuso que fueran a ver a los judíos Raquel y Vidas, que trabajaban de prestamistas. Éste era un trabajo prohibido para los cristianos; mientras que los judíos que no tenían permitido empuñar las armas, ni labrar la tierra, ni realizar trabajos manuales, sí podían manejar el dinero.                                              El trato fue hecho por Martín Antolinez, en absoluto secreto. Dijo a los prestamistas que el Cid necesitaba guardar dos arcas llenas de oro y plata, pues no podía llevarlas con él al destierro. A cambio, pedía 600 marcos en monedas.                                                                   En el reino de Castilla, algunas personas decían que el Cid se había quedado con la plata del rey Alfonso, su señor. Que cuando había ido a cobrar el tributo en la ciudad de Sevilla, parte del pago se lo había guardado para sí. Los que comentaban este rumor decían que, por ese motivo, el rey Alfonso lo había desterrado. Raquel y Vidas recordaron esa historia cuando Martín Antolinez les propuso el trato. Lo cierto es que las arcas que los hombres del Cid llevaron a casa de los prestamistas eran muy pesadas. Raquel y Vidas les guardaron con cuidado y en secreto, sin sospechar que estaban llenas de arena. La historia del Cid nos cuenta el ardid. Supongamos que la plata fue devuelta, aunque los cantos se hayan olvidado de relatarlo.
4.    La separación:
Esa misma noche, el Cid y sus hombres se alejaron del arenal donde habían acampado. Antes de partir, el Cid quiso despedirse de su mujer y de sus hijas. El Cid les dejo a ellas ciento cincuenta  marcos de los que le habían dado Raquel y Vidas; cincuenta para el monasterio, cien para servir a doña Jimena y a sus hijas. Un solo abrazo fue suficiente para fundir al guerrero, de sus tiernas mujeres.                                                                                                                                    Al día siguiente, Martín Antolinez reunió ciento quince jinetes que, tras cruzar el puente de Arlanzón, buscaban unirse a las mesnadas de Rodrigo. Desde el monasterio, el Cid vio a los jinetes: un grupo tan numeroso que no alcanzaba a contar los pendones. Distinguió satisfecho, la figura del hombre que los diría y, entonces, cabalgo, a su encuentro. A medida que se acercaba, sentía crecer dentro de sí las esperanzas de ganarse con la lucha el pan y la honra. Esa misma noche, el Cid reunió a sus caballeros: Minaya Alvar Fáñez, su primo hermano; Martín Antolinez, el burgalés cumplido; Pedro Bermúdez, su sobrino. De los nueve días de plazo, ya habían transcurrido seis, solo restaban tres. Ellos debían cruzar las sierras de Miedes para dejar el reino de Castilla, antes de que se cumpliera ese plazo. Pero primero debían irse del monasterio y comenzar su cabalgata; esta despedida fue difícil para el Cid, pero tuvo que marchar.
5.    En los bordes del Mundo Cristiano:
Ya soltaron las riendas, ya empezaron a cabalgar. Pasaron por tierras peladas y grises, una larga meseta se extendía delante de sus ojos. Reposaron en Espinosa del Can y, al día siguiente se marcharon hacia Navapalos. Ya estaban dejando la Extremadura cristiana, ya se acercaban a las tierras de los moros. En Figueruela, a la sombra de los enebros y los olivos, alzaron las tiendas. Con el argullo de las aguas que corrían hacia el Sur, Rodrigo Díaz de Vivar se durmió. Era su última noche en Castilla, y aquel sonido que siempre habla de vida y abundancia le sonó a buen augurio. Pero entonces, en lo más profundo del sueño, se le apareció en una visión el ángel San Gabriel. Con voz clara, le dijo: -Cabalga, Cid, el buen Campeador, que nunca en tan buen punto cabalgó un varón. Mientras vivas, todo estará de tu parte.                                          Rodrigo despertó. Azorado, primero; tras alegrarse por el buen sueño, enseguida, hizo la señal de cruz.
6.    La Primera Batalla:
A la mañana, el Cid reunió sus fuerzas, contó trescientas lanzas, todas con pendones. Ya el plazo estaba a punto de vencer. Todo el día anduvieron a marchas forzadas, alejándose hacia el Sur. Como la noche era clara, el Cid dispuso seguir adelante. En el llano, hallaron un bosque tupido donde Rodrigo ordenó un descanso. Ya había dejado atrás las tierras de Alfonso, ya estaban en tierras extrañas.                                                                                                         En aquel bosquecillo, el Cid y Minaya, decidieron la primera batalla. El blanco elegido fue la ciudad de Castejón de Henares, pues era la primera ciudad mora que hallaron en su camino. El plan fue que a la madrugada, dividirían las fuerzas y lanzarían el ataque. El Cid, al mando de cien caballeros, entraría en la ciudad por la retaguardia. Minaya, con doscientos, iría en algara: asolando los campos en un gran radio de acción que llegaba hasta la zona de Alcalá. Ellos atacaron y ganaron la primera batalla. Castejón ya estaba en manos del Cid. Desde las torres, sus centinelas vigilaban los campos. No bien divisaron a los hombres de Minaya, el Cid dejó el castillo en custodia y salió con su mesnada. El Cid le ofreció a Minaya un quinto de todo lo que habían ganado en esa batalla. Pero Minaya le dijo que solo después de haberse esforzado en la lucha y de que, gracias a su mano, el Cid hubiera ganado algo, recién ahí aceptaría algún dinero.
7.    La Respuesta Mora:
Desde aquel día, todo fue un sucederse de batallas, tomas de castillos, algaras nocturnas, el entrar en las granjas como salvajes.                                                                                          El primer castillo importante tomado por el Cid y sus hombres fue Alcocer. Al instalarse en el castillo de Alcocer, se hicieron servir por los moros. Las noches en las que habían dormido en las tiendas, a la vera de los arroyos, habían quedado atrás.                                                   Pero los moros no se quedaron de brazos cruzados, viendo como un cristiano que había sido desterrado de sus tierras se entrometía en las de ellos. Todos los lazos de amistad y vasallaje estaban siendo trastornados por el Cid, que sometía a tributos a las ciudades que ya tenían un señor, que robaba en las algaras animales y cosechas. Así lo entendió Tamín, rey de Valencia; el Cid ya había tenido suficiente, ahora le llegaba la hora de pagar. De pagarle tributo a él, no en vano era el rey de Valencia. Fariz y Glave dirigieron el ejército moro: tres mil jinetes, bien pertrechados con lanzas y espadas. Los moros eran los mejores montadores, no había quien los superara en el arte de adiestrar sus caballos.                                                                           El ejército moro puso cerco a la ciudad de Alcocer durante tres semanas. En la tercera semana, les cortaron el agua. Afuera, los moros batían sus tambores. En el castillo, los del Cid reunidos en consejo, discutían que debían hacer, ¿Debían huir?, ¿Debían enfrentarlos? Hasta que Minaya sugirió que atacaran, dios los iba a ayudar. Así, lo entendió el Cid y se sintió seguro para afrontar la batalla.                                                                                                             El Cid les habló. Sus instrucciones fueron breves: -Salgamos todos, que no queden sino dos peones guardando la puerta. Pedro Bermúdez, tome como siempre la enseña, sé que la cuidará como buen caballero. Pero no se adelante mientras yo no lo mande. El fiel Pedro, sobrino del Cid, besó su mano y tomó la enseña.                                                                                            Del otro lado de las murallas, el ruido ensordecedor de los tambores hacía temblar la tierra. Los pelotones moros comenzaron a avanzar como un torrente; cualquiera hubiera dicho que aplastarían cuanto encontraran a su paso. El Cid ordenó que no se mueva nadie, pero Pedro alzó la enseña, espoleó su caballo y, a todo correr, se metió en la fila más llena de moros. El Cid desesperado se encontraba gritando; ¡Deténganse, por caridad! Pero el caballo de Pedro avanzaba entre el enemigo. Llovían los golpes sobre él, todos luchaban para ganarle la enseña, aunque ninguno lograba derribarlo. El Cid gritó a los demás: ¡Ayúdenlo, ataquen!                       El Cid se acercó a un general moro que montaba un buen caballo y, con un golpe de espada, lo cortó por la cintura y lo derribó a la mitad del campo. También tuvo enfrente al emir Fariz. Los dos jefes se midieron, el Cid esquivó los golpes del moro mientras lo acometía con su lanza. Dos golpes le fallaron pero, al tercero, la punta penetró bajo la loriga. Chorreando de sangre el emir escapó del campo, a todo correr. Martín Antolinez arremetía al momento contra Glave. De un golpe le arrancó los rubíes que adornaban su yelmo y le llegó hasta la carne. Los dos jefes huían gravemente heridos, detrás de ellos, iban los moros que habían sobrevivido al ataque.
8.    Un obsequio para el Rey:
Las batallas de entonces tenían una rutina. Contar los muertos y enterrarlos era lo primero; aunque, de esto, no hablaban las gestas. Luego venía el recuento del botín, todo valía: monedas, escudos y armas, lanzas, espadas, quinientos diez caballos, y lo que diera el saqueo del campamento enemigo. Después del recuento, venía el reparto.                                                Del quinto que le correspondía por ley, el Cid apartó los treinta mejores caballos, todos con sus sillas y sus bridas, y con espadas de las mejores colgadas de los arzones. Luego tomó una bota alta a modo de bolsa y la llenó hasta arriba de oro y plata fina. Entonces habló con Minaya, le encomendó la misión más difícil: debía volver a Castilla, a las tierras de donde juntos habían sido desterrados.                                                                                                                    Los treinta caballos enjaezados debía darlos al rey Alfonso, como obsequio del Cid Campeador. Paso a paso, explicó a Minaya las palabras que debía pronunciar, de qué modo arrodillarse, besar la mano del rey. La plata de la bota la destinaría para pagar mil misas en Santa María de Burgos y lo que sobrara lo daría en San Pedro de Cardeña para el sustento de su mujer y sus hijas.                                                                                                                                    Rodrigo Díaz de Vivar confió en la ambición del rey, demasiado lo conocía, no en vano habían jugado juntos los tres, Sancho, Él y Alfonso, cuando ninguno era rey, en casa de Fernando. Tiempos buenos como aquéllos no volverían jamás. Rodrigo se había jurado a sí mismo confiar en la inocencia de Alfonso y ser su más fiel vasallo. Y ahora que Alfonso lo había desterrado, con hechos, le probaría la entereza de su honra. Que no con palabras. Rodrigo no era hombre de la corte, hombre de entreverar las cosas con discursos. Seguramente, Alfonso no mandaría a matar a Minaya hasta saber qué motivaba su embajada. Y después de ver los caballos, menos aún lo mandaría.
9.    Ida y vuelta de Castilla:
Allá fueron Minaya y los caballeros que lo acompañaban, camino de Castilla. El Cid se quedó en Alcocer pero, poco tiempo después, dejó el castillo en busca de nuevos territorios donde luchar y ganarse el pan. Eran soldados y vivían de la riqueza que producían los otros. Por eso precisaban moverse, después de estar varios meses en un sitio, lo vejaban más seco que a una naranja bien exprimida.                                                                                                             El Cid mandó emisarios a las ciudades vecinas. Así como antes había luchado contra los moros, ahora había llegado el momento de negociar con ellos. Las nociones de guerra y paz, de enemigos y aliados eran cambiantes y movedizas en aquellas épocas. Los embajadores volvieron con una propuesta. Así fue como el Cid firmó un convenio con los habitantes de Catalayud, que le compraron Alcocer por tres mil marcos de plata.                                                                 Una madrugada volvió Minaya con doscientos caballeros que lo seguían con permiso de rey Alfonso. El relato de Minaya fue meticuloso. Le habló de su mujer y de sus hijas, de lo bien que se encontraban y de los cariños que unos a otros se habían hecho llegar por su intermedio. Trató de contarle a su señor hasta la última arruga que vio en el rostro del rey, hasta el más mínimo gesto que percibió entre los hombres de la corte. Minaya, le contó al rey, que aquel que  desterró ganó Alcocer, fue cercado por los reyes de Valencia, le cortaron el agua y, entonces, salió a pelear y venció a dos emires moros: es abundante su ganancia. Le envía este presente, le besa los pies y las manos para que lo perdone. Alfonso no contestó. Las noticias de las victorias del Cid, ya todo el reino de Castilla las conocía. Los nobles cuchicheaban por lo bajo. Solo logre oír palabras sueltas “riqueza”, “poder”, “peligro”. El envidioso de García Ordóñez parecía que se comía los caballos con los ojos. Es muy pronto, luego de unas pocas semanas, para perdonar a un hombre que ofendió a su señor, dijo Alfonso. Pero tomo este presente, porque viene de moros y me alegro de que lo haya ganado el Cid. A usted, Minaya, le restituyo sus hombres y tierras; podrá ir y venir por Castilla, desde ahora le doy mi gracia. Mas del Cid Campeador…, todavía no digo nada. Eso es todo, no me dijo nada más y meché.                                                                Alvar Fáñez les traía noticias de sus hermanos, primos y amigos; recuerdos de sus dulces madres. Aquella noche, las conversaciones junto a los fogones duraron largo tiempo. Como si Castilla, de la que se habían ido desterrados, hubiera regresado en las alforjas de Minaya. Con la violencia de una algara, los recuerdos asolaron los corazones.
10.  El Conde de Barcelona:

Un tiempo después, volvieron a cambiar de sitio. Entonces, se dirigieron hacia el puerto de Olocau y se acercaron a las tierras que estaban bajo el protectorado de Ramón Berenguer, conde de Barcelona.                                                                                                                          A los ojos del conde, el Cid era un desterrado, un muerto de hambre, que ni siquiera tenía sangre noble y pretendía ocupar legares que no le correspondían. Debía darle su merecido, ponerlo en su lugar, hacerle pagar tributo. El conde de Barcelona formó un ejército en el que había tanto moros como cristianos.
El Cid supo que el conde de Barcelona quería darle batalla. Quiso evitar el enfrentamiento y envió un mensajero con un recado de paz. Sin embargo, el conde no estaba dispuesto a retroceder, más aún lo retó, al decirle que no permitiría que ningún desterrado lo viniese a deshonrar.
La batalla fue dura, pero una vez más, vencieron los hombres del Cid. Él mismo tomó preso al conde Ramón Berenguer y le quitó la Colada. Aquella espada valía más de mil marcos, era tan espléndida que hasta tenía un nombre propio.
Por las venas de Rodrigo Díaz de Vivar no corría sangre noble, pero le sobraba valor y destreza. Ramón Berenguer, preso en la tienda del Cid, hubiera preferido morir luchando. El Cid entró en la tienda y lo invitó a compartir la comida. El conde rechazó los alimentos. Durante dos días, se mantuvo el conde obstinadamente en su posición. Llegó el tercer día, y aún, no había probado un trozo de pan. El Cid no dejaba de insistir: -Conde, si usted comiera a mi satisfacción, a usted y a otros dos, dejaré libres. No les devolveré lo que hemos ganado, porque lo necesito para estos hombres que andan conmigo comprometidos. Ésta y no otra es la forma en que podemos ganarnos el pan, echados como fuimos de nuestras propias tierras por la ira del rey. Pero si comiera, le devolveré su libertad.
Poco a poco, el conde iba cambiando de opinión. El conde dijo: -Si lo hiciera, Cid, mientras yo viva no lo olvidaré. Don Ramón, iba recobrando la alegría. Entonces pidió agua para lavarse las manos. No bien comenzó a comer, ya lo hizo tan aprisa, tan vorazmente que, casi, no se le veían las manos de la velocidad con que tomaba uno y otro alimento para llevarlos a la boca.
Rodrigo no era un jefe de los que hacen promesas que luego no saben cumplir, entonces el conde se fue, con otros dos hombres.

11.   La Toma de Valencia:

Varios años habían transcurrido ya desde el día del destierro. Desde el puerto de Olocau, abarcaron una amplia región, hacia la mar salada. A las ciudades que les pagaban tributo como Zaragoza, las respetaban; a las que les hacían frente, duramente las atacaban. Así fue como tomaron el castillo de Murviedro para instalarse allí.
Para enfrentarse al Cid por segunda vez, los moros de Valencia reunieron un ejército más grande que el anterior. Tienda contra tienda, pusieron cerco a Murviedro.
Para salir a la guerra, el Cid mandó llamar a todos los pueblos que, ahora, eran vasallos suyos y que, como tales, tenían la obligación de ayudarlo. A los tres días, ya había reunido un ejército muy numeroso formado por moros y cristianos.
El Cid y Minaya plantearon su estrategia de guerra: el Cid atacaría por el frente, con el grueso de las fuerzas; Minaya iría por un flanco al mando de cien caballeros escogidos.
El plan dio resultado, y la violencia fue del Cid una vez más.
Durante tres años, asolaron toda la región de Valencia. Dormían de día y atacaban los castillos y los campos por la noche. Cebolla, Benicadell y otras ciudades moras fueron cayendo en sus manos. Así escarmentó el Cid a la ciudad de Valencia. Llegó un momento en el que los habitantes de Valencia se quedaron sin pan. La pobreza había tomado sus calles, antes ricas y prósperas.
Como último recurso, enviaron mensajeros al rey de Marruecos para que los ayudara a vencer al Cid. Los mensajeros cruzaron estrecho de Gibraltar y entraron en tierras africanas. El mensaje pedía refuerzos, invocaba el respeto a los moros de Marruecos. Pero el rey de Marruecos estaba comprometido en otra guerra y no pudo auxiliar a sus hermanos de España.
Así como los moros habían ido a buscar ayuda al África, él la buscó por Aragón, Navarra y Castilla. Los pregoneros repetían su mensaje por los caminos: -El que quiera dejar necesidades y enriquecerse que venga con el Cid, amigo de las batallas. Pondremos cerco a Valencia para darla a los cristianos. A quien quiera venir, lo esperaré tres días en el Canal de Celfa. 
Se formó una hueste verdaderamente enorme. A lo largo de las murallas de Valencia, el Cid apostó a sus vasallos; el cerco resultó tan apretado que nadie podía entrar en la ciudad o salir de ella sin perder la vida en un instante. Durante nueve meses, los valencianos resistieron valientemente el cerco hasta que, al décimo mes, se rindieron.
El Cid entró en la ciudad de Valencia y, en lo más alto del castillo, clavó su enseña. Lo primero que vio fue al mar. Allá, en sus tierras de Vivar, el mar no era más que un cuento oído a los viajeros. De la montaña más alta de Castilla, para donde se mirase, sólo se veía la meseta árida y los pocos árboles que la abandonaban. Y ahora él dominaba una ciudad que miraba al mar, a la llanura sin límites de espléndido color azul.

12.  La defensa de Valencia:

El descanso fue demasiado breve, apenas tuvieron tiempo de repartir el nuevo botín, que ya el rey moro de Sevilla les presentó batalla.
El ejército del rey de Sevilla estaba formado por treinta mil hombres: todos duchos y ardorosos en la lucha. Los del Cid no eran pocos, muchos caballeros habían acudido de todas partes para acometer el cerco de Valencia.
Detrás de las huertas, las fuerzas del Cid esperaron a los moros. La batalla fue feroz y encarnizada. Se prolongó mucha más allá de Valencia, hasta Játiva. Cuando los moros, finalmente vencidos comenzaron a retirarse, los del Cid los siguieron tan cerca que no pocos se ahogaron en las aguas del río Júcar. El rey de Sevilla logró escapar pero, en la huida, perdió su caballo Babieca en manos del Cid.
El Cid llamó a Minaya y le dijo: -Quisiera que volviera a Castilla para ver al rey Alfonso, mi señor. Escoja a mis heredades cien caballos y lléveselos como un regalo mío. Le besará la mano de mi parte y le rogará encarecidamente que me permita traer conmigo a mi amada mujer y a mis hijas.
Luego eligió cien de sus mejores caballeros para que lo escoltasen y le encargó que llevara mil marcos de plata a San Pedro para darle la mitad al buen abad don Sancho. Minaya ya estaba marchando al Norte, hacia las áridas tierras de Castilla.
Mientras que, en Castilla, los sembrados se hacían a la vera de los ríos y arroyos, luchando siempre contra la sequía; en Valencia todo era verde, como si el agua nunca escaseara. Tanta fertilidad no era solo por la gracia del cielo. Aquello era el paraíso. Por algo, los valencianos habían resistido nueve meses valientemente el cerco. El Cid también se juró hacerlo. Los moros seguirían cuidando aquellos magníficos huertos, él mismo les pagaría para que lo hicieran.

13.  El perdón del Rey:

Minaya y los caballeros, al entrar en tierras cristianas, la gente se acercaba para verlos pasar. Sus vestimentas causaban sorpresa, las sillas, las bridas de los caballos. Los cien caballos que arreaban iban enjaezados con un lujo como nunca se había visto en Castilla.
Frente a todo el pueblo, Minaya Alvar Fáñez se arrojó a los pies de su rey y le besó las manos. Todos sus caballeros desmontaron. Los que rodeaban a Alfonso no pudieron evitar la admiración: los hidalgos del Cid vestían con la misma elegancia que los nobles castellanos. Pero el lujo que adornaba a los caballos que traían de obsequio ni unos ni otros lo tenían. Un gran silencio rodeó las palabras de Minaya: -Merced, señor Alfonso, las manos le besa, el Cid, que le pide que le conceda merced. Lo echó de su tierra, no tiene su afecto; pero en tierra ajena, bien se gana el sustento. De las ganancias que obtuvo, aquí hay pruebas. Cien caballos fuertes y corredores, con sillas y frenos, que el Cid pide que acepte como obsequio.
El rey Alfonso, alzando la mano derecha, se santiguó y dijo: -¡Cuánto me alegro de esas ganancias! Acepto estos caballos que me envían de presentes.
Junto al rey, se encontraba García Ordóñez, el más enconado enemigo del Cid. El rey podía aceptar los presentes pero, como la vez anterior, podía no otorgar el perdón. El conde tenía que decir algo que acompañara la imagen del Cid, ganar tiempo, torcer su voluntad.
Minaya mostrando la mayor humildad, le pidió al rey su permiso para sacar a Jimena  ya las hijas del Cid del monasterio y llevarlas hasta Valencia.
El rey contestó que lo haría de corazón y que, mi entras estuvieran en su reino, el cuidado y la seguridad de Jimena y las niñas correría por su cuenta. Luego agregó: -No quiero que nada pierda el Campeador. Ahora les restituyo a todas las mesnadas que lo llaman señor las propiedades que antes les había quitado. Y a los que quieran seguirlo, pueden hacerlo con la gracia del Creador.
Minaya le besó la mano. Con el perdón recién logrado, su señor, don Rodrigo Díaz de Vivar, acababa de recuperar la honra. Los envidiosos, que rabiaran.




14.  El regreso de las Damas:

En San Pedro de Cardeña, Minaya llevó adelante todos los encargos del Cid. Mientras las mujeres aprontaban sus cosas para el largo viaje, entregó al abad Sancho quinientas monedas de plata. También mandó tres mensajeros para que fueran a toda marcha hasta Valencia y le dijeran al Cid que, en un plazo de quince días, llegaría a la ciudad con doña Jimena y sus hijas.
Con las otras quinientas monedas, Minaya fue a la ciudad de Burgos, donde compró ropas para que las mujeres pudieran vestirse como reinas.
En el momento de la partida, setenta y cinco caballeros pidieron permiso a Minaya para recorrer el camino junto con él. Al salir de Cardeña, ciento setenta y cinco hombres formaban la escolta que protegían a los seres que el Cid más quería en el mundo.
Doña Jimena y sus hijas iban montadas. También montaban las damas de compañía: diez mujeres que cabalgaban rodeadas de ciento setenta y cinco hombres. Solo Minaya hablaba con ellas, de cerca las escoltaba, cuidando que nadie les faltar el respeto.
Mientras tanto, los mensajeros llegaron a Valencia. El Cid oyó las buenas noticias que anunciaban que, por fin, las penas comenzarían a volverse en gozos. Enseguida escogió cien caballeros y los envió para que fueran al encuentro de Minaya. Entre ellos, iban los más cercanos al corazón de don Rodrigo: Martín Antolinez, el burgalés cumplido; Muño Gustioz; Pedro Bermúdez, su sobrino, portador de la enseña; y don Jerónimo, el obispo. No le faltaron ganas de ir él mismo al encuentro de su mujer; pero no podía abandonar Valencia, gran locura hubiera sido dejarla desamparada.
A pedido del Cid, Abengalbón se unió al grupo con doscientos jinetes más.
Minaya no esperó a que llegaran y salió cabalgando a su encuentro. Caballeros y damas marcharon camino de Valencia. Junto a Minaya, se apostó el obispo Jerónimo; lo que restaba del viaje, fue confesor y compañero fiel de las damas.

15.  El reencuentro:

Nunca, jamás se había visto a nadie más alegre que al Cid el que, en buena hora, ciñó la espada. Por fin, tenía cerca lo que más amaba en el mundo. Rodrigo eligió la cabalgadura. Anduvo por los establos y, finalmente, se decidió por Babieca, el caballo que le había ganado al rey de Sevilla. Todavía no lo había montado, no sabía si era corredor, si era arisco o dócil al freno. Pero una corazonada le decía que se trataba de un caballo excepcional, que le daría una carrera como nunca había tenido antes. Probarlo frente a Jimena aumentaría la emoción del encuentro.
Luego eligió sus ropas: vistió una larga túnica de seda con bordados de oro y se arregló la barba. Finalmente, tomó el escudo y la lanza y, sin calzar ni loriga ni espada, salió.
Cuando Jimena y Minaya estuvieron cerca de la ciudad, el Cid picó espuelas y Babieca salió disparado en una carrera magnífica. Detrás de él, muchos otros caballeros salieron disparados.
El Cid desmontó y, caminando, se acercó a su mujer. Cuando Jimena lo vio venir, se echó a sus pies. Pero el Cid la alzó en sus brazos y la estrechó fuertemente. Luego abrazó a sus hijas, que ya eran mujeres. Otra vez, las lágrimas inundaban todos los ojos, pero esta vez, alentadas por la alegría.
Rodrigo le dijo a Jimena: -Tú, doña Jimena y ustedes mis hijas son mi corazón y mi alma. Entren conmigo en el pueblo  de Valencia, que he ganado para ustedes.
No recorrieron el interior, subieron las escaleras, hasta llegar al lugar más alto. Desde allí, quería que abarcaran lo ancho de su heredad.
Los ojos hermosos miraron a todas partes. No sabían qué sitio descubrir primero, ya se iban hacia el mar, asombrados de su resplandor; ya corrían a los huertos y se detenían en los árboles que nunca habían visto; ya observaban la ciudad: sus torres, sus fachadas adornadas, sus calles de piedra. El Cid, en cambio, las miraba a ellas.
Entonces los cuatro alzaron las manos, agradeciendo a Dios que los había vuelto a reunir y les había dado tanta riqueza. Desde la calle, les llegó una canción, dulcemente cantada por un moro. Sólo el Cid, que hablaba el árabe, comprendió sus palabras y las tradujo a sus mujeres:
“Aspiro la fragancia que me llega de mi ciudad
y me hace recordar la juventud y la amistad.
Al deslumbrar del relámpago, brillando en intensidad,
invito a mis ojos verter sus lágrimas por ansiedad”.

Parecía escrita para aquel momento.


La legítima victoria de un desterrado (síntesis)
Después de la toma de Valencia:

Enterado del dominio absoluto del Cid sobre Valencia, el rey de Marruecos, Yusuf, quiso recuperar los territorios perdidos; pero fue derrotado por el Cid quien, del inmenso botín de la batalla, le envió doscientos caballos al rey Alfonso.
En Castilla, la llegada de tantos y tan magníficos regalos del Cid aumentaron no solo la admiración de la corte, sino también, la envidia del conde García Ordóñez y, en especial, hicieron florecer la codicia de unos parientes del conde, los infantes de Carrión. Estos jóvenes nobles –pensando en enriquecerse rápidamente- pidieron la mano de Elvira y de Sol, las hijas del conquistador de Valencia. Alfonso pensó que estos matrimonios eran ventajosos para el Cid y le comunicó la petición a través de Alvar Fáñez.
A orillas de río Tajo, el Cid y su señor se vieron por primera vez, después de tantos años. El rey Alfonso otorgó su perón al desterrado; y el Cid aceptó casar a sus hijas con Diego y Fernando de Carrión porque no quiso negarse a la petición del rey con quien, finalmente, se había reconciliado.
En Valencia, se celebraron las espléndidas bodas con gran alegría; pero, pronto, los infantes de Carrión evidenciaron su cobardía, sobre todo, en la batalla contra el nuevo y temido rey de Marruecos, llamado Búcar, quien, otra vez, había intentado recuperar Valencia. El Cid, después de acabar con Búcar, se convirtió en el hombre más respetado y temido de España. Sin embargo, sus hombres de confianza le ocultaban la vergonzosa conducta de sus nobles yernos en el campo de batalla.
Los jóvenes cortesanos, Diego y Fernando, resentidos por las burlas de los caballeros del Cid, tramaron contra él una infame venganza. Le pidieron permiso para regresar con sus esposas a sus tierras, en Carrión. El Cid, tras lamentar el alejamiento de sus hijas, aceptó su partida y los despidió con honras y magníficos regalos.

La afrenta de Corpes:

Los infantes emprendieron su viaje y, al entrar en tierras de Castilla, en el solitario bosque de Corpes, azotaron cruelmente a sus mujeres y las abandonaron allí. Al tener noticia de su deshonra, el Cid, sin tomar venganza en forma personal, envió a Alvar Fáñez a recoger a sus hijas ultrajadas y a Muño Gustioz, uno de sus mejores combatientes, a exigir al rey Alfonso justicia. “El rey fue quien casó a mis hijas, toda mi deshonra es también de mi señor”, sentenció el guerrero.
Inmediatamente, el rey convocó a toda su corte en Toledo. Los infantes llegaron confiados en el apoyo de sus parientes nobles y, en especial, del poderoso García Ordóñez, el antiguo enemigo del Cid.
Ante la corte colmada, el Cid hizo sus demandas, exigió a sus infantes la devolución de las preciosas espadas Colada y Tizona, y la restitución de la dote de sus hijas. Ambas cosas fueron aceptadas por los demandados. Pero el Cid demandó una tercera condición pues exigió la reparación de su honor mediante un combate entre caballeros.
La gente del Cid acusó a los infantes de cobardes y traidores; pero los jóvenes se burlaban de ellos y hablaban con desprecio de Elvira y de Sol, por tratarse de las hijas de un simple vasallo. El Cid no se dignó contestarles, sólo respondió al conde García Ordóñez recordándole sus prisiones en Cabra.

El Cid como héroe nacional:

En estos difíciles momentos, entraron dos mensajeros a pedir la mano de las hijas del Cid para esposas de los infantes de Navarra y Aragón, países donde fueron reinas. El rey accedió a este casamiento ya que honraba al vencedor de Valencia y ordenó             que la lid se llevara a cabo en las tierras de Carrión. Allí en sus dominios, los cobardes infantes fueron rápidamente vencidos y humillados por los hombres del Cid.

Finalmente, las hijas del Cid celebraron su segundo matrimonio, mucho más honroso que el primero; y así fue como la sangre del héroe de Vivar nutrió con su nobleza la de los reyes de España. El Cid, el que en buena hora ciñó la espada, hombre honrado y leal vasallo, continuó batallando hasta el fin de sus días.