El cantar de los nibelungos:
El amor por Krimilda, la princesa de
Burgundia:
Sigfrido
era un joven y apuesto príncipe reconocido por sus victimas guerreras en el
mundo de las tribus germánicas y famosas por haber sometido a vasallaje al país
de los nibelungos.
Él decide partir hacia Worms. Sigfrido, el
príncipe de las tierras bajas, se puso al servicio de los reyes y fue admitido
en la corte como huésped. Dio muestras de sus virtudes guerreras y luchó sin
descanso en defensa de los burgundios contra los ataques de daneses y sajones.
Sigfrido debió pasar una prueba más difícil que la de las armas para
obtener la mano de Krimilda.
Para
conquistar a la reina Brunilda, Gunther solicitó a Sigfrido ayuda militar y le
prometió, a cambio, la mano de su hermana,
la princesa Krimilda.
La conquista de Brunilda, la reina de
Islandia:
Pronto
estuvo preparada la armada de burgundia para partir hacia Islandia. Pero
Sigfrido llevó consigo una capa mágica y un enano del país de los nibelungos.
Ese manto le permitiría hacerse invisible y protegerse de cualquier ataque.
Sigfrido le presentó al rey Gunther, y este dio a conocer sus
intenciones matrimoniales. Brunilda propuso un reto: los caballeros debían en
una serie de pruebas (lanzar jabalina, arrojar una enorme piedra y alcanzarla
de un salto). Si Gunther fallaba en alguna, perdería la vida; si ella fallaba,
sería su esposa.
Con la
ayuda de Sigfrido, ocultó tras la capa, Gunther la venció. Tristemente,
Brunilda asumió su derrota y ordenó a sus vasallos que acepteran a Gunther como
amo.
Una boda real doble:
En una
noche Brunilda rechazó a Gunther con violencia. Gunther confió a Sigfrido sus
penas y este intervino nuevamente en su ayuda. Envuelto en su capa, apagó las
antorchas y, haciéndose pasar por el rey, se enfrentó a Brunilda y la venció.
Luego, en las sombras, Gunther tomó su lugar y el matrimonio se consumó.
Sigfrido decidió regresar con su esposa y sus caballeros a Neerlendia.
El rey Sigmund, su padre, los recibió con grandes festejos y le entregó el
poder a su hijo. Al tiempo, su esposa Krimilda dio a luz un hijo a quien
llamaron Gunther, en honor al rey de los burgundios. Entre tanto, en Worms,
Brunilda también dio a luz a un varón al que se le dio el nombre de Sigfrido,
en homenaje al valiente y buen caballero.
Años
después Gunther invitó a Sufrido a participar, en la corte de Worms, en un
torneo.
1. Amanecer en Worms:
Sigfrido y su familia llegan a Worms. Sigfrido describe el lugar cuando
vio que un vaso de piedra flotaba, sostenido por una mano espectral. La voz le
dijo que beba. El sabor del agua endulzada con miel apaciguó sus espasmos.
Finalmente, hizo un buche y escupió. La voz protesto. Luego probó de nuevo el
elixir. Sigfrido se preguntaba quien era el que hablaba. La voz dijo que no era
más que un viajero. Algo brilló en los ojos del viejo. La voz se pregunto si el
invencible Sigfrido había llegado a Worms. Sigfrido se quitó la capa mágica que
lo volvía invisible; pero el viejo no hizo gesto de sorpresa ni de admiración
por el guerrero rubio, ni por su espada envainada. Él se seguía preguntando
quien era el la voz. La voz explicó que era solo un viejo, un viejo en un
pueblo de guerreros que mueren jóvenes no tiene lugar, prefería vivir sobre el
agua a pisar el suelo, esa tierra estaba infectada de malos augurios, para
finalizar la voz le aconsejó que cuidara su espalda y la de sus amigos.
Sigfrido lo saludó y se envolvió nuevamente en la capa.
2. Las reinas se pelean:
Gunther
envió un mensajero a Neerlandia para invitar a los flamantes reyes. Hunlot, el
mayordomo grito: “¡Sol de Worms, el mejor del mundo!”. Y luego hizo sonar la
trompeta para iniciar el torneo de armas.
El
varón Hagen, el jefe del ejército burgundio, el primer caballero del rey
Gunther, disfrutaba la humillación del rival, protegido tras la mascara del
yelmo. El mismo Sigfrido no participó en los primeros lances. Al fin decidió empezar en la mitad del campo.
En poco tiempo, había desmontado a docenas
de oponentes, con gracia y sin esfuerzo. Ofrecía su mano a los caídos y
nunca se permitía una sonrisa de burla. Krimilda estaba orgullosa de Sigfrido.
Solo
quedaron Sigfrido y Hagen en el campo. Hagen era alto y fuerte; Sigfrido era
alto y invulnerable. Hagen era astuto y persuasivo; Sigfrido era confiado y
bueno. Hagen sangraba de cada herida, a Sigfrido no se lo podía herir. Hagen
era humano; Sigfrido era más que humano.
Hubo
una pelea entre Brunilda y Krimilda. Así se instaló entre las dos mujeres un
odio profundo.
Krimilda dio precisas instrucciones a sus doncellas: debían lucir los
mejores vestidos y las joyas más preciosas. Se esparció el rumor de la pelea
entre las reinas. Hubo otra pelea pública y luego de la misa Krimilda le mostró
a Brunilda el anillo de oro y el cinturón de piedras preciosas que era de
Brunilda. Entonces la reina le dijo a Gunther que Krimilda tenía su anillo y el
cinturón, y que lo ponía como prueba de que había sido poseída por Sigfrido.
Gunther se acercó a uno de sus hombres: le ordenó que fuera por
Sigfrido, quien se presentó de inmediato. Cuando se le expuso detalladamente
todo, se apresuró a desmentir las palabras de Krimilda. Pero bien pronto
comprendió que la situación era muy delicada. Era cierto que el anillo y el
cinturón los había tomado él, pero en circunstancias diferentes. Sucedía que ya
casado Gunther y Brunilda, esta se negaba a consumar el amor. Cuando el rey
insistió, Brunilda terminó por colgar al rey de un gancho, en la viga del
techo, luego de atarle manos y pies con un cinto. Al día siguiente, quebrantado
por la humillación, Gunther rogó a Sigfrido que se presentar en la alcoba
envuelto en su capa mágica y lo asistiera para vencer la voluntad indómita de
su mujer. Sigfrido, invisible, apagó las llamas de las velas; y el cuarto quedo
a oscuras. Se acercó a Brunilda, fingiendo ser Gunther; y esta le dio una feroz
patada que lo arrojó fuera del lecho; luego lo buscó en la oscuridad para
maniatarlo y colgarlo del gancho. Gunther podía oír, nervioso el estruendo de
la pelea. Finalmente, escuchó como ambos caían en el lecho y los suspiros de
Brunilda. L reina, entre sombras y agitaciones se rindió ante aquel hombre tan
fuerte. Sigfrido, con la excusa de desvestirse, dejo la alcoba; y Gunther ocupó
su lugar. Y así fue como consumieron el lecho y Brunilda perdió su extraordinaria
fuerza. En la conmoción de la pelea, Sigfrido se había llevado un anillo y el
cinturón de Brunilda.
Apenado, ofreció disculpas al rey y que si su esposa había dicho lo que
decía Gunther, debería lamentarlo. Ofreció su juramento ante el para probar que
decía la verdad. Gunther lo declararía inocente si hacía el juramento. Sigfrido
extendió su mano, y Gunther eximió el juramento.
Aunque
el insulto parecía resuelto, muchos quedaron disconformes. A Brunilda, el odio
la dominó por entero; y se retiró a su alcoba sin dejar de llorar. Por días no
habló. Hagen se acercó y le preguntó cómo podía calmar su dolor. La reina le
dijo que mate a Sigfrido sin piedad.
3. Intrigas en la corte:
Hagen
nunca se vio tan deseoso de cumplir una orden. Matar a Sigfrido. Pero, como iba
a vencer a un hombre invencible. No, no se podía pensar en una lucha frontal.
Había que engañarlo, alejarlo de la corte y luego, quizás…
Hagen
convenció a Gunther para que matara a Sigfrido. Hagen preparó una hábil trampa.
Falsos mensajeros anunciaron que los reyes sajones y daneses, los hermanos
Liudeger y Liudegast, una vez más, habían declarado la guerra a Gunther.
Enterado Sigfrido, no dudó en ponerse a la cabeza para rechazar a los
invasores. Krimilda se opuso con firmeza. Estaba segura de que la desición de
su marido en el combate, esta vez, se duplicaría para demostrarles a los
burgundios que él seguía siendo un leal amigo.
Krimilda le pidió a Hagen que proteja a Sigfrido. Hagen fingiendo dijo
que quería protegerlo, pero necesitaba que le dijera cómo hacerlo. Finalmente,
ella le confió el secreto, cuando Sigfrido mató al dragón y se baño con su
sangre, su piel se volvió dura como coraza, invulnerable a cualquier filo. Sin
embargo, una hoja de tilo pegada a la piel impidió que una pequeña zona de la
espalda se mojara, por allí Sigfrido podía ser herido y muerto. Hagen le pidió
que le marcara esa zona en la vestimenta del héroe; y Krimilda, ingenuamente,
le mostró varias camisas, todas ellas tenían bordada una cruz que señalaba la
zona donde podía penetrar la espada. Hagen dijo que lo protegerá y partió de
inmediato a ver Gunther.
4. La muerte de Sigfrido:
Los
misteriosos mensajeros que habían declarado la guerra a Burgundia se habían
retractado. Sigfrido sintió una desilusión. Pero visto que todo había sido una
falsa alarma, decidió que ya era hora de regresar a Xanten. Krimilda le pidió
que suspendiera la cacería de despedida y partieran de inmediato a su hogar,
pero que no sea demasiado temprano, había soñado que una montaña se derrumbaba.
Sigfrido aceptó, tomó la correa de la aljaba llena de flechas, se la calzó al
hombro, le dio un beso y partió. Lo esperaban el rey Gunther, Hagen y los
caballeros más distinguidos. El rey sintió sintió mucha pena.
Cruzaron el puente levadizo, el sendero limpio y despejado de acceso al
castillo real hasta alcanzar los límites del bosque. Sigfrido mató al jabalí
más grande. Hagen mató al más chiquito. Los animales muertos se acumulaban por
docenas. Sigfrido vio un enorme oso, Con un pequeño cuchillo corrió al animal.
Sus piernas veloces no tardaron en alcanzarlo. El oso, al verse acorralado, lo
enfrentó. Sigfrido lo hirió, y luego clavó el puñal en la cabeza del oso. El
animal cayó pesadamente encima de su cuerpo. Sigfrido empujó el cuerpo muerto
de la bestia.
Hagen
había tomado la precaución de pedirles a los cocineros que pusieran mucha sal a
la carne de jabalí. Hagen propuso que hagan una carrera hasta la fuente de
agua. A Sigfrido le encantaba competir, y el desafío lo estimuló. Aunque les
suplicó que todos aceptaran una pequeña ventaja: él aceptaba que ellos
corrieran en camisa, sin el peso de los elementos de caza, en cambio el
correría con la aljaba, la jabalina y el escudo. La carrera comenzó, Sigfrido
llegó a la fuente mucho antes que el resto. Tuvo tiempo para dejar la espada y
el arco sobre la hierba, apoyó la jabalina en las ramas de un tilo y, con la
virtud de un súbdito leal, aguardó a que el rey Gunther llegara. En cuanto
Sigfrido se arrodilló sobre la fuente, Hagen lanzó lo más lejos que pudo el
arco y la aljaba con las flechas. Luego tomó la jabalina que reposaba en el
tilo, apuntó a la cruz que le había señalado inocentemente Krimilda y le
traspasó la espalda con tanta fuerza que
la punta partió el corazón del héroe. Sigfrido sintió el filo que lo
traspasaba. Se dio vuelta y vio a Hagen correr desesperado. Busco inútilmente
el arco, la espada, pero no encontró más arma que el escudo. Con todas sus
fuerzas, lo lanzó hacia el asustado asesino, y Hagen cayó sobre la hierba.
Sigfrido intentó caminar hasta el traidor, pero su cuerpo ya no le
respondía. El mismo Gunther se lamentó
en voz alta; pero Sigfrido aún encontró
fuerzas para ordenarle que no llore si cobijó al traidor, si lamentaba que su
hijo llevará por siempre la desgracia de ser pariente de los innobles. Hagen se
atrevió a decir que estaba orgulloso de haber puesto fin a sus días. Sigfrido
le aseguro a Hagen que no saldrá bien parado, y a Gunther, si de verdad aún
conservaba un resto de lealtad, le pidió cuidara de Krimilda. Gunther juró a
Sigfrido que así lo haría. Sigfrido se dejó morir. Todos menos Hagen estaban
arrepentidos.
La
noche anterior, con premeditada crueldad, Hagen había hecho dejar el cuerpo del
héroe ante la alcoba. Dominado por el odio, quería provocar el mayor dolor en
Krimilda.
Krimilda dijo que Brunilda lo quiso muerto y Hagen lo mató. Sigmund,
quería inmediata venganza. Aún quebrada por el dolor, la viuda podía pensar que
no podían vengar ahora a Sigfrido. Todos defenderán al asesino. Habría que
esperar, ellos no saldrán bien parados de esto. Gunther ordenó un ceremonial fastuoso
para despedir al cadáver. Krimilda quiso abrirlo para verlo por última vez.
Hagen con un gesto de falso dolor, se acerco a lamentarse. Entonces vio a
Krimilda que las heridas de Sigfrido volvían a sangrar. Krimilda estaba muy
enojada. Gunther intervino para calmarla, mintiéndole, le habló de cómo
Sigfrido cabalgaba y fue víctima de una cruel emboscada, Luego le prometió
buscar a los culpables, Krimilda se fue y no habló más con el.
Después del entierro, Sigmund resolvió regresar a su país, el debía
volver a mandar sobre Neerlendia. Le rogó a Krimilda que lo acompañara.
Krimilda renunció a su hijo, porque no quería
renunciara su odio. Prefería que el pequeño Gunther (que estaba
arrepentida de haberle puesto ese nombre) creciera en Xanten, lejos de su
resentido corazón. Brunilda se enteró de su decisión y hubo una discusión muy
breve. Esa fue la última vez que se hablaron.
5. El tesoro de los nibelungos:
Pasaron cuatro años, y la reina Krimilda seguía de su luto. No había día
e que no dejara un ramo en la tumba de Sigfrido; y de allí se iba a la
catedral, donde pasaba horas rezando por la intimidad del héroe.
Hagen
no dejaba de pesar en el tesoro, oculto en las remotas montañas del país de los
nibelungos.
Un día
Gunther se acercó a la casa de Krimilda, si aviso. Quería pedirle perdón,
besarla con todo su amor de hermano. Pero cuando ambos estuvieron frente a
frente, el rey pidió el habla y comenzó a llorar si control. Para Krimilda, fue
demasiado que el rey se arrodillara descompuesto de pena. Krimilda lo perdonó,
pero le pidió que le prometa que nunca más le haría otro daño. El rey aceptó.
Al día
siguiente Hagen se enteró de lo sucedido y volvió a la carga con su cantinela. Gernot
y Giselher, siempre bien intencionados, fueron a convencer a Krimilda para
acarrear el oro por el Rin hasta Worms. Krimilda aceptó quedarse, o deseaba
alejarse de la tumba de Sigfrido. Ante la codiciosa alegría de Hagen y la
indeferencia del rey Gunther, dos barcos zarparon Rin abajo, con muchos
caballeros armados con espadas y lanzas, al mando de Gernot y de Giselher, los
dos reyes menores. Al segundo día de navegación llegaron a un desfiladero
estrecho, cubierto por una niebla pegajosa. Luego llegaron a las orillas donde
Sigfrido se bañó e la sangre del dragón.
Con el
paso de los días, el Rin se convirtió en mar, se expandió en todas las
direcciones, oleajes encrespados removían las aguas. Sin alejarse de la orilla,
encontraron el país de los nibelungos. No bien pisaron la playa, debieron
cubrirse con los escudos: una salva de fechas los recibió. Un enano se
preguntaba quienes eran. Giselher dijo que eran emisarios de la reina Krimilda,
la viuda de Sigfrido. El enano se esfumó entre las piedras. Luego se presentó
Alberich. De repente el cielo se cubrió de nubes negras, de rayos y relámpagos;
inesperados remolinos. El enano sonrió. Giselher se presentó y fue directo: la
viuda quería el oro. Alberich no podía
oponerse a los deseos de Krimilda, pues ella era la heredera del tesoro. Pero
Alberich les advirtió que el que abra la cámara del tesoro y lo lleve también
de aquí se levará también la maldición. Sin más, tomó las llaves y abrió la
cámara e la montaña hueca: allí se encontraron con una cantidad inmensa de
riqueza. Luego la rabia de Alberich se calmó al comprobar que no iban a cargar
la totalidad del tesoro. Se despidieron. Los enanos y Alberich cataron.
Cuando
el tesoro llegó a manos de Krimilda, ella decidió no tocar nada de él. Comenzó
a regalarlo a ricos y pobres. Muchos caballeros se pusieron a su mando,
atraídos por tanta generosidad y, por último, un ejército estaba sujeto a su
voluntad. Hagen le contó sus temores a Gunther: advirtió que si aquella riqueza
quedaba e manos de la viuda, tarde o temprano lograría demasiado poder. Y quién
sabe entonces si no despertaba e ella el sueño de la venganza.
Hagen
aprovechó una cabalgata de Krimilda e los bosques vecinos, tomó las llaves de
la cámara y se apropió del tesoro. Luego lo echó al Rin, en un lugar secreto.
Hagen pensaba rescatarlo más adelante, pero no tuvo ninguna posibilidad de
hacerlo. Cuando Krimilda supo de la nueva traición de Hagen, sus hermanos se
alteraron. Pero pasaron los días, y Hagen fue perdonado una vez más. Ahora sí
que Krimilda hizo un pacto con la venganza: tarde o temprano iba a cortaría la
cabeza de Hagen.
6. La reina de los hunos:
Pasaron muchos años y, un día, ocurrió algo extraordinario. Rüedeger el
noble y valiente margrave, rey de los hunos, había llegado a Worms. Pronto, u
mensajero pidió una audiencia con el rey, en nombre del margrave. Rüedeger
informó que la reina Helche (su esposa), había fallecido. Rüedeger le pidió la
mano de Krimilda a Gunther. Gunther autorizó a sus hermanos que informaran a
Krimilda de la petición, pero esta rechazó de plano el ofrecimiento. Rüedeger
trataba de convencerla siempre con respeto. No era poco lo que le ofrecía:
mando sobre doce reinos, treinta principados, señora de muchos caballeros que
habían sido vasallos de Helche, y de príncipes y nobles, el mismo poder supremo
sobre todos os súbditos del que gozaba Helche y gobernar a la par de Atila.
Con
bellos modales Krimilda se rehusaba. El margrave pidió hablar con Krimilda e
privado. Rüedeger la halagó, le ofreció muchas cosas y alzando la mano, sello
Rüedeger el juramento.Pensando
En que Hagen la había despojado de sus bienes,
y reviviendo su antigua sed venganza, Krimilda pensó al fin en la conveniencia
de tener como esposo al rey Atila.
Al
cabo, salieron los heraldos hacía el país de los hunos para adelantar la buena
nueva. Desde que Krimilda aceptó, el margrave Rüedeger la tomó bajo su protección.
Un gran séquito acompaño a Krimilda, cien doncellas estarían a su servicio. En
bellas sillas de montar y con los mejores arreos, partieron a caballo.No olvidó
Krimilda dejar una última ofrenda a Sigfrido,pues no vería más su tumba
7. Casamiento en Viena:
Dejaron
atrás el Rin y bajaron por el Danubio hasta la ciudad bávara de Passau. No
faltaba nadie en su boda. Los festejos duraron diecisiete días. Pronto se ganó
Krimilda el afecto y la sumisión de los parientes del rey y de sus hombres más
prominentes. Luego de un tiempo, nació Ortlieb, el hijo de ambos. Todos la
amaban y carecía de enemigos.
La
cámara del tesoro estaba a cargo de Eckewart, el fiel caballero que lo asistía
en todo.
Un día
pensó que como era tan poderosa y tenía tantas riquezas, ahora sí le podía
causar daño a Hagen.
Pasaron varios años. Una noche, mientras descansaba entre los brazos de
Atila, Krimilda le dijo que extrañaba a sus hermanos. Atila alistó de inmediato
a dos mensajeros para ir a Worms. Hagen se opuso enérgicamente en el viaje.
Dijo que era una trampa, una venganza. Luego aceptó viajar, pero recomendó ir con muchos guerreros.
8. Del Rin al Danubio:
Doce días
de marcha, y la comitiva llegó al Danubio. Gunther le ordenó a Hagen que
buscará un cruce menos peligroso. Tomó su escudo y el yelmo, y comenzó a
caminar en la orilla. Río arriba y río abajo buscó a los barqueros. Luego vio a
dos ninfas bañándose desnudas. Viendo su ropa mano, las tomó. Las ninfas se
asustaron, pero no podían huir desnudas. La menos tímida se llamaba Hadebuc, le
advirtió que si le devolvían la ropa lo que le esperaba en el país de Atila.
Hagen aceptó. Hadebuc le dijo que nadie sería mejor tratado ni con tan altos
honores que el, su comitiva y su rey en la corte de los hunos. Hagen, feliz por
las noticias, les dejó su ropa. Las ninfas se vistieron, y luego la segunda
ninfa, Sigelint, le advirtió que habían sido invitados al país de Atila, y allí
todos morirían excepto el capellán del rey. Luego la ninfa le dio explicaciones
sobre como cruzar el rió. Se despidió. Llegó a la morada indicada y vio una
barca atada a un sauce silvestre. Comenzó una discusión con el barquero que
vivía en la morada. Terminaron cuando Hagen le cortó la cabeza.
Hagen
apareció ante Gunther, y remó durante todo el día. En el último viaje iba el
capellán y, en un rápido movimiento, lo tiró al río y sostuvo su cabeza
sumergida con el fin de ahogarlo, enfrente de todos. Como pudo el capellán se
liberó y se salvó. Hagen les explicó a todos la profecía de las ninfas. Volker,
uno de los más hábiles guerreros de Gunther, guiaba la comitiva. En una noche
hubo un ataque del margrave Else y de su hermano Gelpfrat. Else al ver muerto a
su hermano y a más de cien de sus hombres, huyó; mientras que Hagen solo perdió
cuatro soldados.
9. El primer aviso:
Finalmente,
llegaron a las fronteras del país de Atila. Eckewart se adelantó y avisó a
Rüedeger de la llegada de los nibelungos.
En Linz, Rüedeger y su esposa Glotinda los agasajaron. Durante varios días
cobijó a más de diez mil hombres, entre escuderos y caballeros. Giselher se
casó con la hija del dueño de la casa. Luego Rüedeger decidió regalarle cosas a
Gunther, Gernot, Hagen y a Volker. Luego partieron todos a la corte de Atila.
10. En la corte de Atila:
El
señor Dietrich, de Verona, se encontró con el rey Gunther y, muy discretamente,
le dijo que había visto llorar a Krimilda por Sigfrido, les aconsejó gran
cuidado y le advirtió que Atila no estaba al tanto de eso. De inmediato, fueron
alojados a los caballeros por un lado; y sus escuderos, por otro.
Llegaron los tres Burgundios y Hagen para saludar a Krimilda y Atila.
Ella o respetó el protocolo y saludó con cariño a Giselher y a Gernot, con un beso. Le dio una fría bienvenida
a Gunther e ignoró a Hagen, lo que contrastó con un jovial a Atila. En su papel
de anfitrión el rey huno, no mezquinó con gestos amistosos.
Al
cabo Krimilda se acercó a Hagen y le preguntó si había traído el tesoro que le
había robado. Hagen le dijo que bastante tenía su escudo. Krimilda le ordenó
que deje sus armas antes de entrar e la sala. Todos los Burgundios se negaron.
Krimilda comprendió que alguien los había puesto sobre aviso y que sus planes
se complicaban.
11. El comienzo de la masacre:
Entrada la noche, Hagen y Volker e sentaron en un banco, frente al gran
palacio real. No tardó e venir Krimilda con cuarenta hunos. Volker se levantó
del asiento; pero Hagen no lo hizo. Krimilda se lo reprochó y, como respuesta,
Hagen desenvaino la espada y se la mostró. Con furia, ella reconoció el arma de
Sigfrido. La reina lo obligó a que diga que mató a Sigfrido y Hagen dijo que
así pagó la ofensa que ella le había hecho a Brunilda.
A la
mañana siguiente se organizó un torneo. Hagen por accidente traspasó a un
hombre de Atila con jabalina, al tropezar el caballo. Se armó un gran tumulto,
y la vida de Hagen corrió peligro. El propio Atila se plantó y con firmeza, les
aseguró que la muerte de su compañero fue un desgraciado accidente. En
obediencia a su rey, los hunos apartaron sus espadas de Hagen, pero el episodio
fue aprovechado por Krimilda. Luego de Atila el huno más poderoso era su
hermano, el príncipe Bloedelin. Krimilda tuvo una larga conversación con el
cuñado, lo convenció de que los burgundios estaban allí con malas intenciones.
Finalmente sellaron el pacto. Le ofreció el fabuloso tesoro de los nibelungos y
su eterno favor. Él aceptó.
Dankwart estaba al cuidado de los escuderos y fue testigo del ataque
sorpresivo. Los desprevenidos escuderos no pudieron repeler el ataque y fueron
masacrados en su alojamiento, sin tiempo a nada. Dankwart logró escapar de la
emboscada con tanta fortuna que mató al mismo Bloedelin, el hermano de Atila, y
corrió hacía el palacio real.
12. El palacio incendiado:
Dankwart le avisó a Hagen de los escuderos muertos. (Atila no sabía nada
de esto). Ciego de ira, Hagen tomó la copa de vio ante Atila y dijo que
brindaran también por la muerte de ese niño. Señaló al pequeño hijo de Atila y
de Krimilda y le cortó la cabeza con la espada. Una espantosa confusión se
desató en la sala. Hunos y Burgundios chocaron espadas. Dietrich dijo que
quería sacar de la sala al rey Atila, a Krimilda y a sus hombres; Rüedeger hizo
lo mismo.
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